Manel Morales y Jerònia Miralles, en Flassaders. | Jaume Morey

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Hace diez años que a Manel Morales, de 65 años, le cayó un piano encima sin avisar. Lo dice metafóricamente para explicar que «ser una persona cuidadora informal –que atiende de forma no profesional a otra persona– llega de un día para otro en forma de ictus, de caída, de enfermedad».

Manel cuidó primero a su suegra y ahora lleva unos dos años encargándose de su madre, que tiene demencia senil. Jerònia Miralles, de 55 años, hace siete años que, junto a sus hermanos, cuida de su madre, de 89 años.

Ambos son vocales de la Associació Mans a les Mans, que ayer celebró un encuentro en el Centre Cultural Flassaders por el Día de la Persona Cuidadora. Esta entidad reivindica esta figura porque, «es un trabajo universal ya que absolutamente todos, un día u otro, lo hemos sido, lo somos o lo seremos», reflexionan ambos e indican la necesidad de «aprender a cuidarnos».

Recursos

Los recursos, públicos o privados, son fundamentales para que la persona cuidadora informal no renuncie a su vida privada por el cuidado de un familiar. Jerònia Miralles se turna con sus hermanos y utilizan un centro de día durante las horas en las que trabajan. «Es una cuestión de organizarse», sentencia. Desde la asociación, prosigue, «pedimos que se no escuche y más servicios que nos ayuden a respirar».

Manel cuenta que una de las complicaciones llega a la hora de afrontar este servicio: «El primer pensamiento que te viene es por qué a mí, tan bien que podría estar. Pero se trata de hacer un cambio de mentalidad, de pensar que ahora es el momento de devolver todo lo que ha hecho la persona por ti». Porque Manel, al principio, pensó que «cuidar a alguien era un tema de tener suerte o no» y por eso reivindica que se conozca más esta figura.