Miguel Ángel García, Marisa Mayrata, Tolo Morro y Marisa Gil. | Pilar Pellicer

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Dicen que un trastorno de la salud mental no se supera pero sí se puede aprender a vivir con él. Tolo Morro, Marisa Mayrata, Miguel Ángel García y Marina Gil son un buen ejemplo. Con motivo de el Día Mundial que se conmemora este domingo, y tras una semana de actividades, estos integrantes de Obertament Balears, un programa de salud mental, cuentan su historia y cómo, en cierta manera, son afortunados por conocer y tratar su enfermedad dejando los estigmas detrás de la puerta.

Con la llegada de la pandemia de la COVID-19 y el aislamiento, la falta de contacto social y incluso el miedo al contagio, entienden que los expertos pongan de relieve la aparición de una nueva ola, más silenciosa: la de la salud mental que ya está haciendo estragos entre los jóvenes, adolescentes y niños. Su consejo parece obvio pero no sencillo: «hay que abrirse y pedir ayuda», les dicen. Y «cuanto antes, mejor».

Punto de vista

Tolo Morro: «El confinamiento fue como estar encerrado en una caja de cerillas que en cualquier momento iba a explotar»

Y lo hacen con conocimiento de causa. Tolo Morro está diagnosticado de trastorno bipolar. «Todo empezó cuando tenía 25 años y viajé a Barcelona con mi padre, que tuvo que estar ingresado en el hospital tres meses por un problema de corazón. Estábamos solos, cogí una depresión muy fuerte que me llevó a la enfermedad. En seguida me di cuenta de que no estaba bien», relata.

Pero al volver de Barcelona le dio de lado a ese punzante malestar y empezó a trabajar en un empleo cuyas condiciones llegaron a agravar la enfermedad. «Aguanté once años», reconoce. Finalmente recibió ayuda, se abrió a los demás gracias al programa Obertament Balears, y formó parte de un grupo «para no estar encerrado dentro de mi corazón».

Pero para Tolo Morro el confinamiento desató la angustia. «Era como si estuviera encerrado dentro de una caja de cerillas que en cualquier momento iba a explotar». Y tras más de un año todavía duele, lo va superando poco a poco porque, no le falta razón cuando dice: «No sabemos qué volverá a pasar». 

Punto de vista

Marisa Mayrata: «Llegó un momento en el que no podía más, no tenía fuerzas, pero como nadie podía ocuparse de lo que yo hacía, seguía»

Marisa Mayrata ha padecido crisis depresivas. «He tenido problemas durante muchos años de estrés, agotamiento físico y psicológico por querer atender mi trabajo, más circunstancias familiares que necesitaban mucha dedicación. Llegó un momento en que no podía más, todo era muy difícil y no tenía fuerzas, pero como no había nadie para ocuparse de lo que yo hacía, seguía», explica. 

Marisa no sólo ha sido paciente, también es cuidadora de una persona con esquizofrenia, su hermana. «Durante años buscamos una forma de ayudarla. El  problema de esta enfermedad es que inicialmente no eres consciente de que la tienes y ella se negaba a ir al médico. Cuando lo conseguimos, si se veía bien dejaba la medicación y volvíamos a empezar», cuenta. Su hermana terminó viviendo ingresada en una clínica de Lleida y venía a casa por vacaciones, «me acostumbré a la idea pero yo la quería aquí». 

Con este contexto, paradógicamente, para Marisa la pandemia fue «un regalo», dice. «Mi hermana vino el 6 de marzo para celebrar mi cumpleaños y todavía sigue aquí, y aquí se quedará». El confinamiento fue un tiempo de reencuentro, una oportunidad. «Hacíamos yoga, meditaciones guiadas, compré pinturas… Ha mejorado mucho y ahora tenemos el apoyo de Gira-Sol». 

Punto de vista

Miguel Ángel García: «Me quité el estigma y ahora quiero aportar mi experiencia a esta lucha, que las nuevas generaciones no sufran»

Miguel Ángel García tiene depresión. Es el pequeño de cuatro hermanos, «siempre he sido muy tímido y pasaba mucho tiempo encerrado en casa». Relata que ya siendo mayor ha ido alternando varios tipos de empleos pero destaca los cinco años que estuvo en el servicio de limpieza de un hospital. «Me distancié, en realidad fueron siete años porque estuve dos más encerrado en casa, mirando la tele, en la habitación». No hacía nada más.  «Llegué incluso a perder el catalán que sabía. Mis padres son de Albecete y Málaga, y yo ya no lo hablaba nada», recuerda. En un momento dado su familia le llevó a la médico de cabecera quien le derivó a la unidad de salud mental. 

«Empecé un tratamiento en Psiquiatría y con el tiempo me enviaron a la fundación Garrover donde hacía talleres en el centro de día, tuve contratos temporales y cursos de formación». Miguel Ángel reconoce que por aquel entonces «les llamaba chalados» a quienes tenían problemas de salud mental. «A raíz de conocerlos me quité el estigma y ahora quiero aportar mi experiencia a esta lucha, que las nuevas generaciones no sufran lo mismo que nosotros». 

Acostumbrado a la soledad y a estar en casa, el confinamiento le sentó bien. «Aproveché para leer, ver series en la televisión… Era como en el pasado pero no algo automático, sino que me apetecía».

Punto de vista

Marina Gil: «Tuve un intento de suicidio, en ese momento me pregunté ¿qué he hecho yo durante 12 años? No lo sé»

A su lado le escucha Marina Gil, tiene un trastorno bipolar y depresión de tipo dos. Cuando se pone a recordar se remonta a muchos años atrás porque «siempre fui una niña muy valiente, que tiraba adelante», empieza su relato. Pese a sacar buenas notas la obligaron a trabajar al terminar EGB y así lo hizo. Tras una formación en la Cruz Roja estuvo ayudando a las familias de Son Banya donde «me apuntaban con una pistola en cada casa donde entraba a limpiar niños»; también trabajó en la cárcel de Palma y en el hospital Psiquiátrico pero «con el tiempo me jubilaron», rememora. El parón coincidió con la partida de su hijo que se fue a vivir a Barcelona y todo junto fue difícil de encajar. «Tuve un intento de suicido. Pero en ese momento se me encendió una luz y tuve fuerza para llamar a los bomberos. Arrastrándome pude abrir y subieron a casa. En ese momento me dije: ¿qué he hecho yo durante 12 años? ¿Qué he hecho con esta gente? ¿Cómo lo han estado pasando si yo estoy así?». 

En su relato Marina no se olvida de Oriol Lafau, su psiquiatra y su pilar en esta nueva etapa. El especialista es el actual responsable de la Coordinación Autonómica de Salud Mental de Balears. «Él se sentó y me fue estirando, y estirando, y fue desatando… Y me abrió la luz. Toda la vida he sido trasparente. En el colegio, en casa, con mi familia y en el trabajo… Me decía ¿qué has hecho, Marina? Y no lo sé. No sé lo que he hecho», le contestó. 

«Oriol entonces no me soltó. Ahora sí, ya puedo ir por libre». Marina habla con seguridad pero aún consciente de los riesgos de su trastorno. Durante el confinamiento «los psicólogos me enseñaron a detectar los síntomas y a reaccionar», y fue trabajando frente a cada problema que se presentaba. Sabe que no lo tiene superado, «tuve un ataque de melancolía y terminé en Son Espases», dice, porque ya sabe lo que hay que hacer, porque ha aprendido a vivir con ello.

El apunte

Piden más recursos públicos, «que pedir ayuda no sea una cosa de ricos»

Marina Gil se aventura a describir, en pocas palabras, cómo funciona el sistema de detección de un trastorno de salud menta. «Vas al psicólogo, luego al psiquiatra y... La pastillita», explica. Entre los cuatro diagnosticados hay un punto en común: piden ayuda para acelerar el proceso y que ésta tenga una visión más global. «Lo arreglan todo con la pastillita», añade Maria Mayrata. Al final, creen, no todo el mundo puede tener una buena atención sanitaria en salud mental por lo que se dirigen a las administraciones para que «pedir ayuda no sea una cosa de ricos», señalan. En este sentido, también el Col·legi Oficial de Psicologia reclama más recursos humanos y económicos.