El presidente del PP, Pablo Casado, dirigió recientemente el Comité de Dirección de manera presencial desde el Parador de Gredos, en Ávila. | Efe

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El equilibrio es imposible, cantaban Los Piratas de Iván Ferreiro a toda una generación de melómanos en los primeros años de los 2000. No lo sabían entonces, pero esa quinta iba a ser una generación de sueños rotos, forjada a fuerza de encadenar crisis tras crisis. Ese iba a ser su ecosistema natural, su forma de vida. A esta realidad no se han resignado a vencerse Pablo Casado (Palencia, 40 años) y Marga Prohens (Campos, 39 años). Tras una larga trayectoria en la base ahora tienen en sus manos el máximo poder, la máxima responsabilidad. Son savia nueva para limpiar los desmanes del viejo PP y devolverle al lugar que ellos mismos perdieron.

La suya es una tarea de equilibrismo digna de reconocimiento. No es fácil aunar las dos almas del partido, que en ocasiones se parecen tanto como el agua y el aceite. Lo hemos visto estos días, en el ámbito local y también en el nacional. En primer lugar Pablo Casado agitó el avispero balear reavivando una discusión que en las Islas solo sustentan unos pocos sectores, o bien interesados o bien desinformados.

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Dijo «no habláis catalán», y poco tardó en pronunciarse la nueva líder popular de las Islas, con formación de traductora, para reafirmar la unidad de la lengua propia de Baleares. También la promoción de las peculiaridades insulares, como no podía ser de otro modo. Una cosa va con la otra, según nuestro Estatut d'Autonomia. Casado lo ignoró, como en su día lo ignoró deliberadamente José Ramón Bauzá, ostentador de la más amplia mayoría absoluta que se recuerda en el Parlament. Y así le fue. El 'No al TIL' vacunó al archipiélago contra el autoodio y granjeó una década de gobiernos progresistas.

En Ceuta la abstención del PP fue clave para declarar persona non grata a Santiago Abascal. El jefe de Vox viajó a la ciudad autónoma a lanzar sus proclamas mitineras. Generó exactamente la reacción que esperaba, la misma de Vallecas. Erosionó con su discurso agitado la convivencia cultural y social de una ciudad autónoma de frágiles equilibrios. El PP los conoce bien, pues ha pasado las últimas dos décadas gobernándola.

Sin embargo, en Madrid, todo adquiere un eco distinto, y Andrea Levy Soler, catalana refugiada en la Meseta del hundimiento de su formación, aclaró que su partido jamás es partidario de los cordones sanitarios a otras formaciones. Sorprende esta afirmación, proviniendo de las mismas siglas que exhiben dificultades para acordar la renovación del Tribunal Constitucional. En definitiva, decir una cosa en Madrid y –casi– la contraria en la periferia del Estado debe ser un ejercicio de equilibrismo dificilísimo. Sobre todo resulta agotador. Suponemos que para ellos, los políticos, también lo es.