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Definitivo: ya es oficial; ya tiene el refrendo de los que saben. En España hay dos clases de individuos: por un lado los que tienen entre cero y sesenta años, y los que tienen más de sesenta y cinco y, por otro, los que tienen entre sesenta y sesenta y cinco. Qué diga lo que quiera la Constitución sobre que todos somos iguales: la verdad se impone y no podía ser de otra manera. Los primeros son blandengues, debiluchos, propensos a caer; los segundos son –somos– fuertes y resistentes. Yo estoy entre los segundos, entre los fuertes. Los primeros, con una constitución más frágil, no pueden ser vacunados con el invento de AstraZéneca porque pueden quedarse ahí mismo; los otros, por el contrario, podemos enfrentarlo todo y salir intactos. Somos la generación ‘teflón’, inagotables, incansables, eternos.

No lo digo yo, que no soy nadie ni lo pretendo. Lo dice la ciencia. El acuerdo de este miércoles de los científicos españoles contó con la participación del ministerio de Sanidad, que tiene un ‘equipazo’, y lo respaldaron las diecisiete autonomías que, como se sabe, jamás tomarían una decisión sin seguir criterios estrictamente independientes, sólidos. Y Ceuta y Melilla, que también suman. Ni una discrepancia a derecha, ni una a izquierda, tampoco entre los nacionalistas centrífugos ni entre los centrípetos. En España siempre nos hemos sometido al imperio de la verdad.

No me extraña que el ministro Escrivá esté planeando retrasar la edad de jubilación. Es lógico. ¡Cómo vamos a dejar que esta generación nacida en la segunda mitad de los años cincuenta, se retire, cuando es la más resistente a todo! Yo creo que en veinte años en España se podrán jubilar los mayores de ochenta y cinco y los que van desde los sesenta y cinco a los ochenta. Nosotros, no; nosotros quedamos como experimentales, como reservas.

No sé si tendré que nombrar un representante para mis contratos, pero dada mi resiliencia –¡qué palabra más bonita!– me espero que un día de estos me llamen para probar la vacuna de Alexis Hipólito, el amigo de Nicolás Maduro que hizo un potingue que, por lo visto, 'on unas goticas' cura; o que me hagan testar la nueva comida seca para perros; o que me usen para ver si los Boeing 737Max son seguros. Vamos, que tengo un carrerón por delante justo cuando me imaginaba que tocaba retirarme.

Yo fui vacunado el mismo día en que se supo de mis superpoderes. No se imaginan qué emoción. Aunque yo ya me temía algo. Cuando tenía diez años, por ejemplo, veía a los mayores como viejos y a los más jóvenes como niñatos, lo cual es lógico en alguien que es resiliente. Tengo tal emoción por mi condición que ahora voy con el hombro al descubierto, dispuesto a arrimarlo apenas sea necesario. «¡Pinche, pinche, que estoy preparado!».

No quisiera ser desagradable y recordar lo innecesario, pero no es lo mismo tener sesenta o sesenta y cuatro años que tener exactamente sesenta y dos y medio, como es mi caso. Yo estoy en la cúspide, en la cresta de la ola. Donde hay que estar. Ahora mismo puedo salir a pecho descubierto a enfrentar lo que haga falta porque en ese segmento es donde se concentra el poder. ¡Qué genial! No hay virus que por bien no venga.

Tengo un amigo de setenta y dos que ayer me decía que a él no le han vacunado. Hombre, no es fácil dejarle caer que antes hay que probar estos productos con la gente fuerte, con los que podemos, con los resilientes. Nos sacrificamos por ellos, aunque no nos lo reconozcan. Hombre, yo pediría una calle, pero como nací cuando aún estaba vivo Franco igual no tengo derecho. Pero ya me basta saber que soy un emblema de nuestra sociedad.

Ahora espero que nos apliquen descuentos en las entradas al Mallorca, o en el Impuesto de la Renta. Tiene toda la lógica.