Iván sentía pasión por su madre.

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«No hay nada peor para una madre que perder a un hijo». «Cada noche me acuesto deseando soñar con él». Estas son algunas de las desgarradoras palabras de Myriam Chamorro, una de las víctimas de la pandemia, ya que su hijo falleció con COVID-19 el 23 de marzo de 2020 con sólo 33 años.

Myriam explica que ha sido un año terrible; asegura que sólo pueden entender las personas que lo han sufrido; motivo por el que ahora se encuentra volcada en ayudarlas.

Su vida ha cambiado radicalmente, ya que dedicaba a su hijo el 75 % del tiempo de su día a día debido a que tenía una discapacidad. Además, su muerte fue especialmente dura debido a las dificultades para respirar que acarrea el coronavirus. En este sentido, lamenta que no lo entubasen.

Pese a a que la vida la ha tratado con dureza, Myriam es una mujer positiva que intenta aprender de todo. En este sentido, tiene muy presente alguna de las enseñanzas que le dejó su hijo Iván: ser feliz con poco o que las personas tienen más valor que la cosas. Además, asegura que ha comprobado que la proyección del amor de su hijo siguen viva en ella y en el resto de su familia.

La vida sin Iván es muy dura. Sin embargo, su madre no ha querido derrumbarse y trabaja cada día para superarlo y sacar algo positivo. Por ello, ha investigado mucho sobre las consecuencias de la COVID-19 en las personas con discapacidad. Además, está en contacto con otras madres que han sufrido lo mismo que ella con la finalidad de darle ánimos.

También está escribiendo un libro, titulado 'La despedida de Iván. Una historia real del coronavirus', que verá la luz pronto, y ha creado una canción. Su objetivo es «traer esperanza en medio del dolor». Además, insiste en la necesidad de concienciar a la sociedad de que adopten las medidas de prevención para evitar los contagios de coronavirus. A su modo de ver, se han visto muchas conductas incívicas que han puesto de manifiesto la «falta de amor al prójimo».

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Myriam también ha recurrido a la fe para salir adelante. «La mano de Dios me ha ayudado a levantarme», asegura.

Carta de Myriam a su hijo

«Te extraño Iván. Dios lo sabe más que nadie, se lo cuento todos los días y mientras se lo digo él me consuela y me recuerda que un día te volveré a ver, a abrazar y me mirarás y me dirás «¡mamá ya no sufro, me curé!».

Y te puedo decir que no veo las horas de darte ese abrazo, ¡nos espera una eternidad para estar juntos! Soy una madre afortunada, tu inocencia y amor incondicional hacia mí me llenaban la vida, eras tan dulce conmigo que siempre te estaré agradecida! Fuiste siempre un desafío para mí y juntos nos hicimos fuertes, inseparables, compañeros, nos encantaba sentarnos de la mano en el sofá a ver la tele, tomar la leche a la tarde cuando llegabas del cole.

Los sábados y domingos te extraño de forma especial porque eran los días de ir al supermercado, lavar el coche, dar paseos por el marítimo mientras cantábamos nuestras canciones preferidas. Nunca hemos estado tanto tiempo separados y eso es causa de dolor, parece imposible que en unos días hará un año que te fuiste! puedo tener la paz de haber hecho todo lo que pude y que este viaje que hicimos juntos de la mano desde el 13 de septiembre de 1986, cuando naciste, hasta el 23 de marzo de 2020 cuando te fuiste aún estabas tomado de mi mano, eso fue una bendición para mí, y sigo sintiendo tu carita cálida y tu mirada tierna, sigo sintiendo tu mano en la mía, tu amor sin palabras y tu caricias suaves.

Para muchos tal vez pasaste desapercibido, pero para los que se detuvieron en tu vida no fue así, porque eras único y tenías un corazón puro, que no sabía de intereses personales ni de desamor, sólo sabías amar, fuiste creado a imagen y semejanza de Dios, él te pensó para que vengas a mi vida y aún después de irte sigo aprendiendo a amar. Tu valor y dignidad no lo determinó tu condición, te eran inherentes, y para mí eres ese gran tesoro que aún siento en mi ser. Papá y tu hermana Rocío también te extrañan como yo y estás presente en sus corazones. Por mi parte tengo la certeza de que estás en los mejores brazos, en los de Dios, ahora tengo que esperar y ¡te veo en el cielo! ¡Te amo hijito!».