Europa pretende sancionar a algunos países por exigir la prueba PCR negativa para permitir el paso a los viajeros. | Lavandeira jr

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Schengen es un pueblo de menos de cinco mil habitantes, que se encuentra exactamente en la confluencia de las fronteras de Luxemburgo, Alemania y Francia, en el lugar en el que se solapan la Mosela francesa y el Sarre alemán. El pueblo es conocido porque allí se firmó el famoso Acuerdo de Schengen, que suprime las fronteras interiores europeas. La elección no es casual porque particularmente en ese lugar la supresión de los controles fronterizos es especialmente importante: las empresas, los particulares, los estudiantes, las familias, los autónomos, el comercio se relacionan entre sí independientemente del país en el que se hallen, lo cual es un dinamizador económico y social de primer orden. Una Europa sin fronteras y con una moneda única muestra sus virtudes especialmente en un lugar como este.

Sin embargo, ahora mismo en Schengen y en toda su comarca está teniendo lugar una batalla política sin precedentes derivada de la aparición de varios casos de COVID 19 procedentes de la variante sudafricana del virus, la menos controlable de todas. Las autoridades de la región han decidido introducir medidas de control estrictas del virus, lo cual se complica enormemente por las limitaciones derivadas de las fronteras. Ninguno de los tres países implicados puede adoptar medidas más allá de sus fronteras, lo cual exige una coordinación muy acusada. Por eso se ha creado un grupo de trabajo regional en el cual participan las autoridades de los tres países. Sin embargo, por su cuenta, Alemania ha decidido aplicar medidas urgentes para limitar la entrada de personas por sus fronteras, afectando también a los residentes en las zonas limítrofes. Y ahí se desató el conflicto que se extiende también a la frontera entre Alemania y Austria y Alemania y Chequia: en el medio de Europa, el país más influyente de la unión destroza el consenso existente en materia fronteriza.

No es sólo que Alemania exija una prueba PCR negativa a los viajeros que entran en el país, sino que eso también lo aplica a estudiantes, trabajadores, vendedores que cruzan diariamente para ganarse su sustento, creando un caos. Francia y Luxemburgo están de uñas. La Comisión Europea ha intervenido, pidiendo respeto por la libre circulación de personas y mercaderías, fundamento de la Unión Europea. Concretamente, la Comisión remitió cartas a seis países –Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Alemania, Hungría y Suecia– en las que les exige que respeten los acuerdos europeos en materia de fronteras. Pero Alemania dice que sí, pero cuando no haya riesgo para la salud. Michael Roth, el ministro alemán para asuntos europeos, argumenta que estas medidas se ajustan a las necesidades sanitarias y que el bloqueo de la frontera con Chequia y con Austria se ha traducido en una bajada significativa de la expansión del virus. «Yo rechazo la acusación de que no respetemos la ley europea», dijo el ministro, comprometiéndose a levantar las restricciones apenas sea posible. La Comisión ha dado diez días a estos países para volver a abrir las fronteras sin restricciones –la carta se entregó el 22 de febrero– so pena de aplicar sanciones.

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Observen algo muy interesante que a mí me ha llamado la atención y que a nosotros, en Balears y en España, nos pilla muy lejos: Europa pretende sancionar a estos países por haber aplicado restricciones en las fronteras, tales como exigir la prueba PCR negativa para permitir el paso a los viajeros, considerando que eso es contrario a los principios fundacionales de Europa.

¿Es contrario a la ley europea exigir una PCR negativa a los viajeros que crucen fronteras? Entonces, ¿cómo se debe calificar que Balears exija PCR negativa a los viajeros procedentes del mismo país, España?

Yo comprendo las razones sanitarias y probablemente esté de acuerdo con estas restricciones, pero es bastante evidente que Europa y España tenemos un lío interno descomunal: somos una unidad territorial, pero al mismo tiempo somos la suma de veintisiete soberanías. Y cuando llegamos a España, somos diecisiete taifas, más dos ciudades autónomas. Estas no son precisamente las mejores condiciones, ni como continente, ni como país, ni como región, para afrontar una epidemia. Lo primero sería tener claro si podemos o no podemos controlar en las fronteras y en qué supuestos.