Varias personas hacen cola para el cribado masivo llevado a cabo este lunes en Muro. | CATI CLADERA

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Cada vez que escribo sobre cómo estamos lidiando este maldito virus, cada vez que me pongo a disparar con bala, me pregunto «¿yo cómo lo haría?». Porque arrear a diestra y siniestra, cuando es evidente que nuestros políticos están desconcertados y carecen de norte, sin ofrecer alternativas, es más bien cobarde. Yo no soy un especialista en virus, no entiendo de esto, pero he visto y he leído qué se hace en otros lugares, por lo que me atrevo a hacer algunas sugerencias. Nada original, por supuesto, porque a estas alturas no hay nada que inventar. Todo copiado de donde las cosas están yendo mejor o, cuando no, de donde uno entiende que lo que están haciendo es lo único que se puede hacer.

¿Qué habría hecho? Yo, desde luego, no habría publicado cincuenta y ocho boletines oficiales con normas y más normas, aunque algunas sean evidentemente necesarias. Comprendo que en los gobiernos lo único que hay alrededor de los políticos son chupatintas dispuestos a escribir lo que haga falta, siempre con ese lenguaje absurdamente complicado que sólo esconde la mediocridad de quien cree que legislar es entender. Esta es la naturaleza de unas administraciones públicas que llevan años siendo inútiles, escribiendo rollos y rollos sin conexión alguna con lo que vive la gente, no sólo en materia de pandemias.

A mí me parece fundamental intensificar hasta el extremo el trabajo a pie de calle, o sea comprobar si la gente es o no portadora del virus. Gente real, virus real. Es que no existe mucho más a hacer que sea serio, que merezca respeto. Porque hay indicios creíbles de que el virus no lee el boletín oficial, por lo que las disposiciones se la traen al pairo. Al virus y, a estas alturas, a nosotros mismos. ¿Me oyen? ¡Hoy ya nadie sabe cuántas fases tenemos ni como se aplican!

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Instintivamente, me parece elemental, obvio, plausible lo que se ha hecho en sa Pobla: cribado general. Todo el mundo en fila y a ver si tiene el virus. Creo que se han encontrado unas cincuenta personas que sí dieron positivo y que, por ello, han sido retiradas de la circulación. Con un mínimo de sentido común, eso parece normal, eso parece efectivo, eso parece lógico. Esto es lo que han hecho en los pocos países en los que las cosas han mejorado seriamente: controles masivos, retirada de los infectados mientras el virus está activo. Cada contagiado que mandamos a su casa para que se aísle significa un foco de contagio menos que hubiera afectado a otros quienes, a su vez, hubieran expandido el virus a más personas. Esto debió de haber sido prioritario al menos desde mayo, cuando acabamos con el confinamiento inicial. Esto se debió de haber hecho en Santa Maria, Ibiza, Manacor, Sóller, etcétera.

Estamos a diez meses de la aparición de la epidemia y ni a mí ni a nadie cercano a mí jamás nos han hecho una prueba. Aceptemos que la PCR es muy cara como para hacérsela a todo el mundo indiscriminadamente –aunque veo que si son residentes baleares en la Península, el Govern paga sin tener problemas económicos–, pero el test de antígenos es mucho más sencillo, barato y sobre todo rápido. Incluso aunque tenga un margen de error importante, ofrece información que puede conducirnos a identificar contagiados. No puedo entender cómo estas pruebas no las hacen las autoridades de forma masiva, cómo no se fomenta su expansión. En lugar de aprobar ridículos decretos limitando sobre el papel –sólo sobre el papel– la movilidad en barrios de Palma, deberían haber puesto decenas de puestos de control en las calles, donde se hicieran estas pruebas. Incluso aunque algunos positivos se escaparan, los que se pillaran ayudarían sensiblemente a la reducción del efecto expansivo.

Diez meses después, algo funciona rematadamente mal para que sigamos aprobando normas y más normas y no haciendo tests y más tests. Nos lo han dicho por activa y por pasiva. Con una política de tests masivos las cosas también podrían haber ido mal, desde luego, pero todos entenderíamos que se estaba haciendo lo único que era posible hacer ante un virus como este. Y, desde luego, es la única opción que ha permitido que en algunos países las cosas hayan ido mejor.

Encerrarse en el Consolat de Mar y dictar órdenes y órdenes, aunque esto sea aplaudido por toda la caterva de asesores, aunque sea lo mismo que hacen todos los gobiernos españoles y europeos, nos conduce a tener dos mundos: por un lado el de las normas, las regulaciones, las fases y subfases de desescalamiento y, por otro, el del virus, que va a su aire, atacando a todo aquel que está a su alcance.