Imagen de archivo de un bebé prematuro en una incubadora en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). | Attila Balazs - tothim PRO cmm -

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La madre del pequeño Miguel ha vivido la más «eterna» de las esperas, debido a que al dar positivo por coronavirus fue aislada poco después de dar a luz a su hijo, al que mantuvieron apartado de sus padres durante veinte días para prevenir contagios.

La criatura ha pasado 114 días en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de Neonatos del Hospital Son Espases tras haber llegado doce semanas antes de lo previsto a este mundo azotado una severa crisis sanitaria.

Cuando Joana María supo que iba a ser madre de su tercer hijo, no se imaginaba que pisaría por primera vez una UCI en medio de una pandemia y que, un mes después de dar a luz, tendría que separarse de su bebé, relata esta madre.

Para Joana Maria, el confinamiento después de contraer el virus fue «muy duro». Sin embargo, como medida excepcional, los médicos permitieron que la abuela arropara al pequeño y que, juntos, hicieran videollamadas a su madre: «Fue emocionante».

Los nervios sufridos en los últimos meses por las complicaciones que surgieron durante su embarazo y por el estado de salud de su bebé, sumado a esas largas guardias para acompañar al bebé, han dejado a la madre extenuada. «Ante situaciones así, hay que sacar fuerzas incluso de donde ya no las hay», reconoce Joana Maria.

Cuando habla cubriéndose la boca y nariz con la mascarilla de rigor, parece sonreír tímidamente solo de pensar que cada vez está más cercano el momento de recibir el alta junto a su pequeño, uno de los dos centenares de criaturas prematuras que nacen cada año en este hospital.

En la misma sala del hospital, Tomeu abraza envuelto con una manta a su hijo Ian, mientras que su otro bebé, Tano, duerme en la incubadora. La madre de estos gemelos, Conchi, hospitalizada en Son Espases después de una cesárea en la semana 31 de gestación, dice que «se muere de ganas» de poder acariciar a sus hijos.

Por primera vez en semanas, estos padres primerizos respiran aliviados. En la revisión de la semana 24, los médicos detectaron complicaciones en el saco amniótico que compartían los gemelos, lo que llevó a la madre a ingresar a la mañana siguiente en el Hospital de Vall d’Hebron de Barcelona.

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En el quirófano del hospital catalán, el equipo médico logró quemar con un láser las venas que producían una transfusión fetofetal entre Ian y Tano: «Estuvimos a punto de perderlos».

Tomeu reconoce que tuvieron miedo de contagiarse de coronavirus durante las dos semanas que estuvieron en Barcelona, debido a la alta incidencia de contagios en la ciudad condal. Pese a haberlo pasado mal, agradece que nadie de su entorno haya tenido que lidiar con la COVID-19, que este año «lo ha cambiado todo».

Conchi, una vez recuperada de la cesárea, podrá entrar junto a Tomeu en esta UCI para atender a los gemelos, un proceso de cuidados que no pueden compartir todos los progenitores porque, los nuevos protocolos marcados por la pandemia, sólo permiten el acceso de una persona por paciente.

Muchos padres deben turnarse para ver a sus bebés mientras están ingresados en esta unidad hospitalaria, explica el responsable del servicio de Neonatología de Son Espases, Pere Balliu, que insiste en la necesidad de respetar las medidas de prevención para evitar contagios entre los usuarios y el personal sanitario.

Aunque la unidad que dirige no ha sufrido sobrecarga de trabajo desde el pasado marzo, Balliu lamenta la situación «estresante» atravesada por muchos sanitarios desde que comenzó la crisis sanitaria, abocados a trabajar sin una preparación previa.

Este médico, que considera vienen por delante unos meses de cierta incertidumbre y la espera de la ansiada vacuna, explica que hace un tiempo desconocía si una madre con la COVID-19 podía transmitir la enfermedad a su bebé a través de la leche materna. Semanas después, se siente aliviado porque la lactancia materna se puede mantener.

«Cuanto más tiempo pasan aquí los padres, mejor para el bebé», subraya la supervisora de Enfermería de esta unidad, Maita Cuní, quien destaca la parte más humana y cercana de su especialidad, imprescindible para tranquilizar a los padres abrumados al ver a sus hijos conectados a tantos monitores. Este martes se celebra el Día Mundial del Niño Prematuro.

Ni Joana Maria ni Tomeu esperaban que sus hijos llegaran al mundo antes de lo previsto ni en medio de la incertidumbre de una pandemia, experiencias que han forjado su reconocimiento a la labor sanitaria y su estima por el equipo que han cuidado de la salud de esta familia.