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Uno de los incontables científicos españoles que verdaderamente entienden de epidemias y que no trabaja para alguno de los numerosos gobiernos que tiene este país, probablemente porque estos los prefieren comunicadores e ignorantes, explicaba hace unos días en una esclarecedora entrevista cómo opera el virus. Leer sus palabras es un rayo de luz y claridad: inmediatamente entendemos su lógica y nos damos cuenta de que tiene razón, porque lo sencillo es comprensible.

Susanna Manrubia advierte de un dato clave para entender todo esto: el comportamiento del virus es absolutamente imprevisible; no es posible saber cómo va a evolucionar. Reconoce que algunos expertos habían dado en el clavo en los meses pasados, pero de chiripa, y desvelaba las cuatro razones por las que el comportamiento del virus no se puede adivinar: «Hubo gente que acertó, pero no estaba calculando bien. Hay cuatro factores que afectan a estas predicciones. [Primero] los datos públicos. Si no son buenos, las predicciones no pueden serlo. Y los datos que hay en España no lo son. El segundo factor es la calidad de los modelos de predicción, que siempre son caricaturas que simplifican la realidad. Si no capturan bien la realidad, no van a ser buenos prediciendo. Pero imaginemos que tenemos datos exactos y modelos perfectos. ¿Qué puedo decir del futuro? Variaciones muy pequeñas hacen que el futuro se abra en abanico. Esa sensibilidad impide la predicción. Y el cuarto factor es que asumes que las normas y el comportamiento de hoy son iguales que en el futuro, pero eso no pasa. Continuamente cambian las normas y el estado de ánimo. Es de una impredictibilidad inabarcable».

Predictibilidad inabarcable. Esa es la definición del comportamiento del virus. Eso es lo que todos pensábamos confusamente tras ocho meses siguiendo a este condenado, aislándonos y desescalándonos. Ella lo verbaliza.

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Tiene su lógica: si tenemos un contagiado, este puede involuntaria o voluntariamente comportarse de muchas maneras, más allá de lo que digan los modelos matemáticos. En un extremo está encerrarse y no contagiar absolutamente a nadie; en el otro, no necesariamente por irresponsabilidad, puede convertirse en un expansor masivo de la enfermedad. Si entre sus contagiados tuviéramos una mayoría de personas que tienen pocos contactos con otros y que se aíslen, podríamos contener la expansión tras la primera ola, pero si estos contagiados mayoritariamente también son expansores, en unos días tenemos al virus en cada esquina, aproximándose a la pérdida de control. ¿Ven a qué se refiere Manrubia?

Esto explica la diferencia radical en el número de casos entre territorios con igual cultura y comportamientos: España y Portugal, Italia del norte y del sur, Grecia y Serbia, Guayaquil y Quito, Uruguay y Argentina. Simplemente, no hay explicaciones matemáticas para entender los diferentes impactos del virus en lugares tan parecidos. Esto explica por qué a veces va bien, por qué a veces va mal; por qué el que se aísla más va peor, por qué se paran los contagios o por qué no: el puro azar. Haciéndolo bien, todo puede ir mal y al revés. Ahora se entiende.

No obstante, los políticos y sus científicos están empeñados en hablarnos de su capacidad para ‘doblegar’ la curva, no cesan de contarnos milongas que dan la impresión de que están al tanto de lo que ocurre. Como si todo respondiera a un patrón infalible. He leído a muchos expertos apuntar a esta imprevisibilidad. De manera que si nuestros mandamases reconocieran que no saben nada, conseguirían ser mucho más creíbles.

Lástima que España tenga tan buenos científicos pero que no estén al frente de las políticas epidemiológicas. Lástima que tantas cosas sean incoherentes. Al final tenemos más incertidumbre que epidemia.