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En IBES, seguimos las encuestas de casi todos los institutos públicos y privados y sabemos cómo se percibe la gestión de la COVID-19 prácticamente en todos los territorios de España. Ayer tuvimos además la oportunidad de compartir estos datos con expertos en Latinoamérica a través de una videoconferencia organizada por WAPOR y pueden ustedes estar seguros que nunca se había visto un rechazo tan importante a la labor de los gobiernos. Todos.

Sin embargo, la paradoja reside en que este descontento no tiene casi ninguna traslación al voto y, junto a esta masiva desaprobación, coexiste un sentimiento de indulgencia electoral bajo el pensamiento colectivo de que todo fue rápido, nuevo, imprevisto y que nadie lo hubiera sabido hacer mejor. Por ejemplo, si mañana hubiera elecciones en España, Sánchez volvería a salir elegido.

Las siete debilidades de Armengol

Baleares no es una excepción. Junto a una gestión que se percibe objetivamente mala (solo la apoya un 32 %), Armengol y su gobierno salen dignamente puntuados con casi un cinco sobre 10, además de a mucha distancia del resto. Y si hoy hubiera elecciones, tampoco duden ustedes que Armengol volvería a ser presidenta de Baleares.

Los motivos para el rechazo se cuentan a miles, casi tantos como encuestados. Por decir sólo algunos: cambios y titubeos en las decisiones, estadísticas extrañas, ineptitud manifiesta de algunos responsables, desescalada precipitada, falsas esperanzas y previsiones fallidas, decisiones nefastas en lo turístico y, sobre todo ello, unas consecuencias económicas desastrosas. ¿Por qué entonces Armengol sale bien parada ante tantos fallos?

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No hay que despreciar la idea de partida de que Armengol trae de fábrica una sorprendente capacidad de resistencia y de habilidad para sortear dificultades, lo que le ha dado un plus de necesario liderazgo.

Ha protagonizado el relativo éxito (de momento) de la vuelta a la normalidad de septiembre (colegios, universidad y trabajo en general), la renovación de los ERTE, la ausencia de críticas dentro del gobierno, el perfil bajo de Baleares en los ránkings de desastres sanitarios, la sordina puesta a la oposición y lo que es más importante, la ausencia de quejas y crispaciones públicas desde las élites sociales, sindicales, empresariales, comerciales y, algo inaudito, las turísticas.

Una oportunidad

Este saldo innegablemente positivo para la presidenta, aunque sólo sea a nivel de opinión pública, debe entenderlo como una oportunidad para acometer reformas estructurales en todos los niveles de la gestión pública. Se aceptarán de buen grado si están llevadas por el bien común, pero la ola de rechazo le pasará por encima si todo sigue igual después de este tsunami de depresión colectiva.

La encuesta puede convertirse en el mejor consejo: activar ya, junto a todos los sectores e instituciones públicas y privadas, el plan más ambicioso de todos los tiempos para repensar Baleares, que compense el sufrimiento de estos meses, con especial hincapié en Palma, abandonada a su suerte desde hace ya muchos meses. Háganos mejores ciudadanos. Con publicidad y participación. Más psicología y menos política.