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Uno de los miles de voluntarios a los que se le ha inoculado la vacuna de la universidad de Oxford, la más avanzada en su proceso de experimentación –dejo al margen el invento de Putin– desarrolló mielitis transversa, que es una enfermedad extremadamente rara del sistema inmune, que en sus versiones más extremas puede llegar a provocar la parálisis. O sea, un efecto extremadamente serio. El laboratorio suspendió el experimento por unos días pero, posteriormente, la autoridad británica responsable de certificar la corrección del proceso, permitió que se reemprendieran las vacunaciones.

El tema ya era tremendamente delicado tras este caso porque, tras el fracaso de casi todos los métodos para contener la expansión del virus, la única esperanza de volver a la normalidad es la vacuna. De esa normalidad depende nuestra economía y la calidad de vida de millones de seres humanos, que van (¿vamos?) rápidamente a la pobreza.

Este domingo las cosas empeoraron cuando un segundo voluntario desarrolló también la misma enfermedad. El laboratorio Astra Zeneca dijo que era una coincidencia, que no había pruebas que vincularan la vacuna con esta enfermedad, pero con el segundo caso, la versión del laboratorio suena tan inverosímil como cuando Boeing decía que sus dos 737 Max se habían caído por casualidad.

Antes de conocerse el segundo caso, las autoridades sanitarias de Estados Unidos se habían mostrado «muy preocupadas» por la situación. El director del Instituto para los Desórdenes Neurológicos, un departamento del Instituto Nacional de la Salud, Avindra Nath, había lamentado la falta de información que le impedía colaborar con los laboratorios, asesorando en lo que fuera necesario. Afirmaba que desearía disponer de tejidos de ese primer paciente para poder hacer estudios, cosa que no se le había facilitado.

Con el primer caso, había muchas dudas de si este tremendo efecto secundario estaba causado por la vacuna o si coincidió en el tiempo. Los especialistas indicaban que hay ocasiones en que una vacuna destapa una enfermedad oculta, sin causarla. Si esto fuera así, la autoridad británica había hecho bien en permitir el reinicio de la vacunación. Sin embargo, había sospechas porque en las fases iniciales se había producido otro caso similar, del que se terminó por determinar que la paciente ya tenía la enfermedad. Todo coincide con el efecto del virus –y consecuentemente de la vacuna—sobre los tejidos de la médula. Antes de conocerse este segundo caso, los científicos americanos aventuraban que si llegara a producirse otro efecto secundario, la vacuna de Oxford habría muerto. Ahora habrá que ver cómo se desarrollan los acontecimientos, pero esto no tiene buena pinta.

La impresión general es que, más allá de la vacuna china, cuyo desarrollo está avanzado pero que siempre está rodeada por la sombra de duda que genera ese país, con sus incontables mentiras, el proyecto de la universidad de Oxford era el más avanzado y el que, hasta el momento, tenía más visos de concluir antes. Hay otras seis vacunas en diversas fases de experimentación, la mayor parte promovidas en Estados Unidos, pero están más retrasadas. Astra Zeneca ya estaba produciendo la vacuna, pendiente de que se confirmara su validez.

La cuestión central de todo esto es que cada día de retraso puede suponer varios meses más de suplicio con esta crisis descontrolada, miles de muertes y unos efectos colaterales devastadores, muy especialmente en los países pobres y en los que tienen menos capacidad de gestión. El virus está siendo durísimo con los países que llamamos «en vías de desarrollo», que básicamente son los latinoamericanos y algunos asiáticos. Afortunadamente, en África el impacto del virus está siendo menor, lo cual por supuesto no se debe a la gestión pública sino al estilo de vida, no favorable a la expansión.

Para España, que se ha demostrado incapaz de gestionar una crisis de este tipo y que está a la cabeza en contagios, unos meses más de padecimiento pueden ser tremendamente destructivos.

Estas noticias, por otro lado, aumentan la credibilidad de los contrarios a las vacunas, que son un movimiento absurdo que se ha venido desarrollando a la luz de una visión mágica de la vida, alejada del racionalismo de la ciencia. Lo que nos faltaba ante una pandemia como esta y con gobiernos inoperantes.