Los agentes de la Policía Local se desplegaron con coches, motos y furgones a las 21.59. | Alejandro Sepúlveda

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Parecía un viernes cualquiera en Son Gotleu cuando eran las 9 de la noche. Pero a esa hora José Alabarca, del bar Cibeles, estaba entre confuso y resignado: «No sé si ya tengo que cerrar, aún suelen venir clientes. Así estamos, en duda». Afuera había gente y coches circulando con cierta prisa por la plaza Miquel Dolç. A medida que pasaban los minutos las calles se vaciaban y algunos comercios empezaban a echar el cierre sin esperar a las 10, hora del primer toque de queda nocturno para los 23.000 palmesanos de esta populosa barriada y de las vecinas can Capes, La Soledat Nord y Son Canal.

Jamal Azar, propietario de la cafetería Ainzara, también se preparaba para cerrar. Reflexionaba en voz alta: «Ya no hay nadie, la gente no puede fumar en la terraza y no viene, tiene miedo. La clientela bajará mucho. Yo tengo cinco hijos. Algo tengo que ingresar». Aún así, su queja no era definitiva: «Los que van a tener un problema son los bares de copas».

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A las 22 horas se concretó el vacío en la barriada. Desde un balcón se oyó la voz profunda de un vecino: «¡Todos a su casa!». Personas y vehículos iban desapareciendo por instantes. Los últimos rezagados entraban en los edificios con una cierta agitación. A las 21.59, exactamente, llegaron con las luces de alarma azules y las sirenas apagadas las dotaciones de la Policía Local. Había motos, coches y furgones. Los agentes quisieron hacerse notar, y su presencia no pasó desapercibida para los centenares de personas que ya estaban confinadas por la pandemia, observando desde los balcones o las ventanas abiertas lo que sucedía allá abajo.

No salía ruido de las casas. No se oía música, ni televisores a todo volumen. Algunas personas caminaban fugazmente por las aceras despejadas. Apenas había algún coche o moto en circulación. Tampoco se veían perros o gatos. Los policías locales se fueron diseminando, seguramente a partir de un guión predeterminado. En el otro extremo hacían lo mismo las dotaciones de la Policía Nacional. Dijeron que llegarían a las 22.15, con quince minutos de retraso como ‘cortesía’.

La primera noche del confinamiento ordenado por el Govern se prometía larga y tranquila, aunque eso nunca se sabe: cerca de la medianoche, grupo de africanos conversaba animadamente en un rincón de la calle Indalecio Prieto, como si no se hubieran enterado de las restricciones. O no fueran con ellos.