En 2018 se aprobaron en España 8.483 tesis doctorales, un dato alejado de las 14.694 realizadas en 2015, según un estudio del Ministerio de Ciencia que compartió ayer la web Bioemprender, que destacó que el número de contratos ‘Ramón y Cajal’ no supera los 200 cada año. | Pilar Pellicer

TW
5

España es un país pobre en ciencia. Es una realidad que corre como la pólvora entre estos profesionales y ahora en redes sociales con el hashtag #Sinciencianohayfuturo. Se sabe que España redujo la financiación para la investigación en un 5,8 % entre 2009 y 2017, cuando la Unión Europea la aumentó hasta un 22 %, según los datos que se desprenden de la Fundación Cotec para la Investigación. Esta campaña, que se lleva acabo de forma virtual cada miércoles, pretende visibilizar la precariedad que hay entre la comunidad científica y reclamar unas condiciones laborales «dignas y buenas».

Pedro Juan Llabrés (Palma, 1991), es doctor en Química y divulgador científico a través de su canal de Youtube Huele a Química. Es uno de los miles de jóvenes investigadores que se han apoyado en su motivación y afición para seguir adelante con esta profesión. «En España es muy difícil conseguir una beca. Yo tuve que sobrellevar mi doctorado sin financiación, únicamente tirando de recursos propios. Una beca no solo es importante por la estabilidad económica que te ofrece, sino porque no tenerla devalúa tu prestigio».

Pedro Juan Llabrés, doctor en química.

Una carrera de ciencias se asemeja más a una maratón. Son pocas las becas en relación a la cantidad de estudiantes que aspiran a investigar. El efecto que provoca es la constante ‘fuga de cerebros’ a los países colindantes europeos. Es el caso de Marta Ximenis, mallorquina de 28 años e investigadora postdoctoral en un laboratorio de Japón desde el pasado mes de enero. «Los recortes en ciencia no han hecho más que exprimir esta situación hasta el punto en que muchos grupos no pueden pagar investigadores». Aunque asegura ser «muy consciente de las limitaciones que hay en el país», lamenta que «muchos de nosotros nos hemos formado con dinero público y cuando estamos en nuestro mejor momento de producción científica tenemos que hacerlo en otros países».

Marta Ximenis, doctora en química.

Cultura científica

«El problema es que siempre ha habido precariedad, pero otra carencia es la poca cultura científica que se tiene. Por el hecho de hacer lo que más nos gusta, parece que no tenemos derecho a reivindicar una mejora en nuestro sector. Los investigadores jugamos a medio-largo plazo. Y muchos creen que los resultados son inmediatos». Lucía López, de 37 años y de Santander, es doctora en Biología y Biodiversidad, y actualmente trabaja en el Centro Oceanográfico de Balears (IEO). Como muchos, partió al extranjero durante un año para terminar su tesis, y aunque desde los 22 años ha conseguido mantenerse en la investigación, «el camino, cuando empiezas, es difícil porque sin recursos no hay una estabilidad laboral».

A esto se añade la «excesiva burocratización que hace que el sistema no sea ágil». Sergi Joher, de 38 años, de Figueras (Girona), es doctor en Ecología de Macroalgas y trabaja en el IEO. Opina que los requisitos que hay para investigar «son laberínticos», que hace que la carrera «cueste mucho más conseguirla». Lamenta también que el gasto de inversión represente el 1,24 % del Producto Interior Bruto (PIB), lejos de la media europea (2,04 %). Consideran que la financiación es el factor principal para enriquecer este oficio. «Tenemos potencial como investigadores de cara a otros países, pero falla nuestra estructura». Aunque hay cierto pesimismo sobre el futuro, cree en un cambio «si empiezan a darnos importancia».

Un futuro incierto

Cuando miran al futuro, la mayoría cree que la investigación se aboca a un «destino bastante turbio». Entre los motivos, aparecen, principalmente, la falta de inversión económica por parte del Gobierno y la poca concienciación que la sociedad tiene con respecto a este campo.

Llevan reivindicando un «trabajo digno» desde hace años, y muchos se ven expuestos a largos años de lucha para conseguir una estabilidad. Según Marta: «Tengo 28 años, acabo de empezar mi postdoctorado y no tengo la esperanza de volver a España. ¿En qué lugar me deja esto?».