Imagen de una playa de Bournemouth.

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Magalufación es un término largo y difícil de pronunciar, pero fácil de entender. Si los turistas británicos no vienen a Punta Ballena, ¿a dónde irán? ¿Qué destino se va a magalufar? La semana pasada ciertas playas británicas sufrieron un aluvión de turistas compatriotas. En concreto, Bournemouth recibió la visita de miles de bañistas desconfinados y en la playa dejaron 12 toneladas de basura. Tampoco se han librado Norfolk, Exmouth y Southsea. Y en el parlamento británico se ha llegado a criticar este comportamiento en las playas británicas, que ha dejado a sus vecinos horrorizados, con episodios como peleas callejeras, defecaciones en jardines privados o fiestas clandestinas.

Y mientras tanto, Punta Ballena sobrevive con sus puertas cerradas casi al 100 por cien. Todo esto en un año en el que han aparecido ensayos y obras artísticas que se centran en Magaluf, meca del desenfreno británico, diana de quejas vecinales y ahora, referente cultural popular. Tal y como señala Tomeu Canyelles, autor junto a Gabriel Vives del ensayo Magaluf, més enllà del mite, señala que las imágenes vistas hasta ahora en las costas británica «no llegan al extremo de Magaluf. ¿Existía el turismo de borrachera antes en sus costas? Igual no lo veíamos hasta ahora».

En este verano «atípico e histórico los británicos verán en su tierra como pasan las vacaciones. En Magaluf ha pivotado el concepto de vacaciones y permisividad: hacen cosas que en sus países no harían». Como primer testeo, el pasado fin de semana desconfinado de Gran Bretaña demostró que «no cumplen con la distancia social. Lo que me lleva a preguntarme que si no lo hacen allí, ¿lo harán aquí?».

Eso sí, las toneladas de residuos dejadas en las playas de Bournemouth no son un comportamiento exclusivo de los ingleses y basta ver el rastro que se dejan en nuestras costas tras la noche de San Juan o «la acumulación de gente en Ciutadella, sin mascarillas y la plaza abarrotada. El motor para que todas estas personas decidieran acudir, ya sea Menorca o Gran Bretaña, es la necesidad de fiesta, que es un alimento para el alma».

El destino turístico de Magaluf despuntó en el ocio nocturno de la década de los 70 y 80 como reclamo para jóvenes que optaban al paquete 18/30 (de 18 a 30 años) que el desaparecido Thomas Cook ya lanzó en 1968. Ahora, Magaluf vive una temporada inusual que, según Tolo Deyà, decano de la Facultad de Turismo de la UIB, carece de esos británicos que «no actúan en su país igual que aquí. El mercado británico ha sufrido un parón y no viajarán al extranjero pero su necesidad de vacaciones sigue estando. Ahora se quedan allí y las reservas británicas, aunque ya se mueven, van retrasadas respecto a los alemanes».

El año pasado Baleares recibió 3,5 millones de británicos y Deyà advierte que «aunque soy muy crítico con los británicos, hay cierto tópico con los hooligans. ¿Acaso los españoles no se emborrachan? Si se comparan con los Sanfermines, igual Magaluf es más light». Y rompe una lanza por el turismo inglés formado por familias y por el destino calvianer, «que tiene una connotación negativa que no se merece. Hay hoteles como el Barbados o Me Mallorca que no acogen este turismo. Desde hace dos años Magaluf ha cambiado y 2014 fue un año de inflexión».

Mientras tanto, Bournemouth se ha topado con hordas de turistas internos. Un destino «de segundas residencias de clases acomodadas. Es como si aquí empezaran botellones en Son Vida.

«Es difícil que instalaciones que tenían capacidad para 200 personas puedan acoger de repente a 50.000 , con su basura, sus orines y sus borrachos», señala Deyà.

El decano de la UIB advierte que en Mallorca «no se puede pretender ahora un boom de reservas del mercado británico, que está empezando a despertar. Las compañías necesitan una programación y no se llegarán a las cifras del año pasado».

¿Puede suponer este periplo postconfinamiento un momento de repensar Magaluf. «Puede que este destino no sea tan desastre. Aunque una parte tenga el perfil más impopular, también en Plaza Gomila había una gran concentración de jóvenes que bebían alcohol. El fin de semana pasado en Son Russinyol había botellón y no por eso, se puede pensar que todos los mallorquines somos así».

Mientras Magaluf arranca una temporada inusual, Bournemouth y aledaños sufren una invasión nativa jamás vivida. Y aún les dura la impresión.