Una típica aula de los años 40 es el principal atractivo de este museo, que próximamente se trasladará a una nueva y más espaciosa ubicación. | Archivo

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Las cifras hablan por sí mismas: 700 mapas, más de 12.000 libros, de los que ya se han catalogado unos 10.500, y alrededor de 2.600 objetos de todo tipo. Es el fondo del Arxiu i Museu de l’Educació de les Illes Balears, que en su sede en Inca tiene además un enorme archivo con todo tipo de documentos que, si se colocaran en fila, tendrían más de tres kilómetros de longitud.

El Arxiu i Museu de l’Educació está dividido en tres áreas: archivo, museo y biblioteca, y tiene como objetivo facilitar la investigación histórica, organizar exposiciones temáticas y ser una herramienta útil para investigadores. Además, allí se cataloga, restaura, conserva y analiza cualquier material relacionado con el mundo educativo.

Sus antecedentes se sitúan en 1918, con la creación en Palma del Museu Pedagògic Provincial a imagen del que ya existía en Madrid. La Guerra Civil acabó con esta iniciativa, pero plantó una semilla que llegó hasta este museo actual. La ingente cantidad de material se comenzó a reunir a mediados de los 90, creándose en primer lugar el archivo, en 1997, y después el museo como tal, en el 98. La creación oficial de este Museu en su estado actual data sin embargo del 3 de agosto de 2001, mediante un Decreto del Govern balear.

La institución cuenta actualmente con Jaume Llull y Antoni Aulí como asesores técnicos y con Neus Serra como encargada del mantenimiento del archivo. Además de algunos colaboradores externos, que son donantes recurrentes de objetos y documentación. Entre ellos se encuentra, por ejemplo, Miquel Roig, que ya ha aportado más de una decena de valiosos objetos para la colección.

El museo cuenta con Jaume Llull y Antoni Aulí como asesores técnicos.

Objetos con vida

Tanto Antoni Aulí como Jaume Llull hablan con entusiasmo de algunas de las piezas más peculiares o emblemáticas. Detrás de todas ellas hay una historia especial, como la de ese curioso cuaderno, llamado de rotación, que cada día recogía el trabajo del alumno más sobresaliente y que era mostrado al inspector como garantía de la buena marcha de una clase.

No menos peculiar resulta una bandera republicana en la que se sustituyó apresuradamente la franja morada por otra roja para convertirla en rojigualda y que a la vez luce el escudo de la República, señal de los esfuerzos para a adaptarse a los símbolos al inicio de la guerra.

Las estrecheces económicas de aquellos tiempos se advierten también en un curioso vestido de Primera Comunión que tenía la llamada Escuela Aneja de Palma para prestar a sus alumnas con menos recursos.

Es destacable también la colección de ordenadores que tiene el museo, desde un primer modelo con tarjetas perforadas que se anunciaba como compacto y manejable, ocupando tan solo el espacio de una mesa de comedor.

Mención aparte merece la llamativa reconstrucción de un aula típica de los años 40, en la que no falta la vara con la que el maestro corregía a los estudiantes, un gigantesco ábaco o los usuales pupitres de asiento abatible. Todo ello bajo la severa mirada del dictador Francisco Franco y un enorme crucifijo.

La exposición muestra también una antigua mesa de maestro, donde destaca la temible vara para los castigos.

Entre los objetos que atesora se puede encontrar de todo: elementos de reprografía, fotocopiadoras, proyectores, útiles de laboratorio, lápices y demás instrumentos de escritura, maletas, tinteros, materiales de costura y trabajos manuales, así como juegos didácticos elaborados por los propios maestros.

La evolución de los niños también se puede trazar en este museo examinando los muchos trabajos escolares, manualidades y cuadernos. Capítulo aparte merecen los símbolos de identidad como estandartes, banderas, escudos o tampones que identificaban a cada escuela.

Escuela viva

El museo cuenta la evolución de la escuela en Mallorca, que estaba muy marcada por el factor del idioma. El catalán que usaban la inmensa mayoría de los niños estaba terminantemente prohibido. No solo era así durante las clases, sino también en los espacios de recreo. Algunos recuerdan aún cómo durante los primeros tiempos de su educación ni tan siquiera comprendían el idioma que estaban obligados a utilizar.

Los castigos físicos eran también una costumbre extendida. No todos los profesores los aplicaban, pero algunos eran llamativamente creativos en sus métodos, como los que castigaban la mala conducta de un niño obligándole a permanecer durante horas arrodillado sobre un puñado de garbanzos. Otros docentes se limitaban a golpes ocasionales o a la ya mencionada y temida vara.

La educación llegó simultáneamente tanto a la Península como a las Islas. A principios y mediados del siglo XX, a pesar de estar ya muy extendida, tenía que lidiar con un gran absentismo. Mallorca tenía durante los años 30, 40 y 50 una economía fundamentalmente agraria. Eso motivaba que algunos niños y niñas no tuvieran más remedio que trabajar para colaborar en el sustento de la familia. Muchos solo iban a la escuela cuando el campo se lo permitía, o en los horarios de tarde que algunos pueblos ofrecían.

En los años 30 se produjo un gran cambio con la llegada de la escuela graduada en cursos según la edad de los estudiantes, que dejaba atrás el modelo unitario que no distinguía a unos alumnos de otros.

Durante la II República la Institución Libre de Enseñanza trajo una efímera mejora al unir por primera vez a niños y niñas en las mismas aulas y centrarse en una educación más natural. Esto supuso un punto de inflexión sobre la anterior situación, especialmente en los pueblos, donde la escuela rural era muy precaria, dándose habitualmente las clases en la propia casa del maestro, que no recibía ni tan siquiera un sueldo, sino que vivía de lo que los padres podían darle. De esos tiempos viene una expresión que resume muy bien su situación: «Pasas más hambre que un maestro de escuela».

Leyes de educación

La posguerra tuvo a la Ley Moyano como guía. Fue la primera ley de educación en España, pero lo más sorprendente es que durara hasta 1970 habiéndose puesto en vigor nada menos que en 1857. Le sucedió la Ley General de Educación o Ley Villar-Palasí, que fue, según muchos profesionales, una verdadera revolución. Por primera vez se ponía en marcha un conjunto de medidas en materia de educación con un estudio previo y el relativo consenso –no hay que olvidar que perduraba aún la dictadura – por parte de la comunidad de docentes. Por esta ley se eliminaba la separación por sexos del alumnado y se creaban los niveles educativos de EGB, BUP y COU. Este periodo terminó con la llegada de la LOECE y desde entonces un aluvión de leyes con menor o mayor tiempo de vida, que según los docentes no han hecho más que erosionar cada vez más el sistema.

Nuevo rumbo

Todo este recorrido histórico, con la gran carga de nostalgia que siempre tiene la escuela y los años de infancia, se puede seguir a lo largo de la extensa colección de este museo. Su crecimiento y catalogación han provocado que el lugar donde se ubica actualmente, el Centre de Professors d’Inca, se haya quedado muy pequeño. La mayoría de esos 2.600 objetos, aunque convenientemente catalogados y conservados, está sin exponer.

Paliar esta situación y reconocer la importancia de su contenido ha motivado que el Ajuntament d’Inca y el Govern hayan firmado recientemente un acuerdo para restaurar un pabellón del antiguo cuartel General Luque donde se creará una nueva sede que permitirá continuar con la catalogación de documentación, libros y objetos que no dejan de llegar a la institución y que suponen un recorrido en primera persona por unos años donde la educación no era una tarea fácil.