Tranquilidad. En Ciutat, se percibe un ambienete de inusitada tranquilidad por la ausencia de turistas. También vuelven las comuniones. Sobre estas líneas, Mónica Salvador, Toni y Maria, y Toni Verger. Los pequeños, de 9 y 8 años, iban a tomar la Primera Comunión en la Parroquia de Sant Jaume. | Pere Bergas

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Aunque se haya repetido hasta el absurdo y sea fácil de constatar con un breve paseo, cabe reiterar que el aspecto de Palma ha cambiado. Poco queda ya de la usual estampa estival de calles abarrotadas y negocios agitados. El constante rumor de los visitantes sorprendidos por la belleza de Ciutat ha desaparecido. Pese a que el termómetro marcase 27 grados, ayer fue un domingo frío.

No obstante, ello no supone que Palma no tenga vida. El silencio provocado por la ausencia de turistas deja espacio a otros sonidos. Paradójicamente, pese a que todos mantenemos la cara cubierta, quizás es hoy cuando mejor podemos observar los rostros de nuestros conciudadanos. En el discreto ambiente de la Plaça des Mercat destacaba la presencia de Mónica Salvador, Toni Verger y sus hijos, Toni y Maria. Elegantemente vestidos, y sobreponiéndose al sofocante calor de la mañana, se dirigían a la Parroquia de Sant Jaume, donde los pequeños iban a tomar su Primera Comunión: «Tuvimos que aplazar la ceremonia, que estaba prevista para mayo. Los niños tienen muchas ganas, es un momento muy importante en sus vidas», explicó Mónica, que rápidamente recibió la confirmación de sus hijos, quienes esbozaron una enorme sonrisa.

Huyendo del sol, los ciudadanos paseaban por el centro de Palma. En el museo de Es Baluard, Ignacio y Antonio aprovecharon la mañana para estirar las piernas: «Soy de Vigo. Vengo todos los meses por temas de trabajo», explica Ignacio a este diario, a lo que Antonio añadió: «Soy yo el que vive por aquí. Suelo venir al bar del museo a tomarme un cafecito, aunque nunca es un lugar con mucha vida».

Palma, Local, Crónica

En la terraza del bar, que ayer mantenía sus puertas cerradas, descansando bajo la sombra de un formidable ficus, se encontraban Tobias y Savine, dos alemanes que están pasando una semana de vacaciones en Mallorca: «Es la primera vez que venimos a la Isla. Hemos querido aprovechar la situación para poder ver la ciudad tranquilamente», comentaba Tobias.

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En uno de los bancos de la Rambla de Palma, Alejandro Raimondo e Isabel Clavijo estaban conversando. Ambos viven en la calle; ella desde hace 8 años y él desde hace 4. Coinciden en que el tiempo de confinamiento fue el peor que han pasado en mucho tiempo: «Fue muy duro. Desde que tengo 28 años me falta el tendón de Aquiles, por lo que tengo una severa cojera. No tenía ducha, no podía cambiarme de ropa», explicó Isabel. «No tenía ninguna necesidad cubierta. Solo podía asearme en la playa, aunque tampoco podíamos movernos con libertad», comentó Alejandro. Tras un año en busca de una habitación, parece que Isabel podrá alquilar a partir de la semana que viene una de las estancias de un hostal, por lo que se muestra muy ilusionada.

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En Jaume III, la gente aprovechaba la sombra de la avenida para refrescarse en las terrazas. La mayoría de tiendas se mantenían cerradas. La música del acordeón de Marin Stanchev, un búlgaro que lleva 17 años en la Isla, inundaba de notas el boulevar: «Me encuentro en una situación muy difícil. Gano alrededor de 15 euros al día, mientras que el año pasado, por estas fechas, podía llegar hasta los 40 euros diarios», explicó el músico, que lamentaba la ausencia de turistas. Cuando nos marchamos, Marin comenzó a tocar La Vie en Rose.

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