El padre Gil Parès bendiciendo los panecillos antes de ofrecerlos a fieles. | Teresa Ayuga

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Ni de sa Pobla, ni de Muro, ni de Manacor ni de Artà. El Sant Antoni cuya festividad se celebró este sábado es –desde un punto de vista mallorquín– sobre todo palmesano, y concretamente del convento de los Caputxins, que es donde se le venera con más fervor.

Este sábado era el 13 de junio, tiempo de albercocs, y tocaba festejarlo, a pesar de la pandemia. Y así se hizo, aunque la eucaristía solemne, que normalmente tenía lugar por la tarde y a la que solía invitarse al obispo, se hizo a las ocho y media de la mañana, con un público más bien escaso y con la única presencia clerical de los padres franciscanos capuchinos Gil Parès –que presidió la celebración–, Josep Turull y Stephan Baskar. Se cambió el horario para evitar que se produjeran aglomeraciones, explicaron sus responsables.

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Parès recordó en el sermón que este Sant Antoni, conocido como «de Padua», en realidad nació en Lisboa. Marchó a Padua cuando ya conocía su vocación y con la voluntad de conocer a San Francisco. Fue allí, en la actual Italia, donde curó a un niño cuya madre había jurado que donaría el peso de su hijo en harina a quien lo sacara de la enfermedad. Fue uno de sus milagros.

Este episodio explica el origen del Pa de Sant Antoni, una arraigada tradición que este sábado se volvió a representar. Así, al acabar la misa, los tres padres bendijeron 2.050 panecillos, una parte de los cuales después se repartió, en bolsas de dos, entre los asistentes a la eucaristía. El resto se vendió a un euro la bolsa en el zaguán de la iglesia. También se vendieron velas, que luego los devotos encendieron ante la capilla dedicada al santo, pero no estampas ni otros objetos. La razón: el miedo al virus.

También se conoce como Pa de Sant Antoni –o «pan de los pobres»– la bolsa con alimentos que los franciscanos capuchinos reparten cada día a las personas sin recursos que acuden a su convento. Parès explicó que han notado la crisis, pero no especialmente. «Antes de la pandemia repartíamos en torno a 200 bolsas al día. Ahora son unas 230. Lo que ha pasado es que personas que solían venir aquí a por comida han sido trasladadas a otros espacios a raíz del estado de alarma y comen allí. No han necesitado nuestra ayuda», señaló.