Guillem Morro enseña la portada de su libro, una historia novelada de Joanot Colom. | Jaume Morey

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Guillem Morro (Porreres, 1947) es licenciado en Bellas Artes y Filosofía y Letras y doctor en Historia. Acaba de publicar La diabòlica secta colombina. Història novel·lada de Joanot Colom (s. XV-1523, líder de la Germania Mallorquina (1521-1523).

'La diabòlica secta colombina'. ¿Por qué este título?

—Porque los capellanes predicaban entonces que la secta de Joanot Colom [los agermanats] era diabólica. La Iglesia se puso totalmente en contra de sus postulados, si bien hubo alguna excepción como la de fray Barceló, que cabalgaba con una quatribarrada y un Cristo sobre la senyera, a favor de la Germania.

¿Quién era Joanot Colom?

—No lo sabemos todo sobre él, ni siquiera el año que nació. Sabemos que era ahijado –que no fue educado por sus padres– o que tenía dos hermanos mayores, Francesc, que siempre lo acompañó, y Toni, del que tenemos poca información. Joanot Colom fue el «instador del bé comú», después de Joan Crespí. El «instador del bé comú» venía a ser el líder del levantamiento. Al alcanzar el poder, Colom se rodeó de gente afín y de confianza y encabezó la revolución.

Es una «historia novelada». ¿Hasta dónde llega la ficción?

—Hay ficción. Por ejemplo, hablo de un nacimiento de Joanot Colom que no está documentado históricamente. Sin embargo, quiero dejar claro que los hechos políticos se inscriben rigurosamente dentro de las fuentes documentales más solventes. Por supuesto que hay una parte ficticia, pero se refiere a hechos de la vida privada y solo buscan hacer más atractiva la lectura.

¿Por qué ha escrito este libro? ¿Con qué intención?

—La intención era hacer un homenaje a la Germania, que se ha explicado de forma política intencionadamente, desde Binimelis a Dametos [dos ‘historiadores’ medievales]. La mentalidad clasista de entonces hacía que se considerara a los que se ponían contra el poder establecido unos malhechores. Josep Maria Quadrado también la trató, pero todos sabemos que era muy católica, monárquico y contrario a las subversiones. Y toma partido personalmente contra los agermanats. Sin embargo, también es cierto que en su época, en torno a 1840, surgen los primeros homenajes a los levantados.

¿Por qué deberíamos interesarnos por la Germania?

—Por varias razones. Por ejemplo porque lo que ocurrió con la Germania sigue pasando en todo el mundo, es absolutamente vigente: unas clases privilegiadas, un poder instituido y con armas que no puede admitir un cambio del sistema.

Concretamente, ¿por qué se levantaron los agermanats?

—Hay otras revueltas anteriores, como la de 1391 o el Alçament Forà de 1450. Ambas acabaron igual: con el rey imponiendo multas brutales a los sublevados. La solución siempre fue el castigo, no la justicia. Como no se solucionaba nada, en 1521 explotó la Germania. Entones la razón concreta fue que más del 90 % de lo que hoy llamaríamos el presupuesto del reino iba a pagar censals consignatius, que eran una especie de títulos de deuda pública. Los prestadores de este dinero recibían después una pensión anual de en torno al 8 por ciento por este dinero. Pero era un pez que se mordía la cola, porque la deuda pública seguía creciendo y para pagar las pensiones se tenían que aumentar los impuestos o crear otros nuevos. Esto jamás se corrigió, porque los reyes, que eran los que podían decidir cambiar estas cosas, no podían consentir que el pueblo, vasallo, se levantara contra ellos.

Yo creía que los agermanats querían ser fieles al rey.

—Sí querían. De hecho, uno de los cuatro puntos de su juramento era salvar la fidelidad al emperador, que era Carlos I. Que fue nefasto para Mallorca. Esto no se ha dicho ni escrito jamás, posiblemente por razones políticas. Carlos I desde el primer momento sancionó a los ageramants, les prometió un castigo eterno y no atendió ninguna de sus razones.

Los agermanats querían erradicar la deuda.

—Así es. Ellos pedían la «santa quitació», redimir la deuda. Un reino saneado, que estuviera en mejores condiciones de hacer un servicio pecuniario al emperador. Pero el Papa instigaba entonces a Carlos I a ser el salvador de la fe católica europea. Y por decirlo en una palabra, esto de Mallorca era un engorro para él y no les concedió nada. El mérito de los agermanats fue que siguieron con su programa y no desistieron. Lo que en principio era una revuelta se llegó a convertir en una revolución.