Hablamos con segundas y terceras generaciones de jóvenes chinos que viven en nuestra Comunitat. | Archivo

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Zhi Xin es el nombre que le pusieron al nacer y Teresa el que le añadieron sus padres en 1996, cuando empezó el colegio en Mallorca y descubrieron que sus compañeros y maestros eran incapaces de pronunciarlo. Pero se siente identificada y a gusto con ambos nombres. Después de que hace un mes culminara años de estudio, horas de laboratorio y sacrificio defendiendo su tesis, ahora se está tomando unas semanas de descanso mientras valora sus posibilidades laborales.

Graduada en Bioquímica y con un Máster en Nutrigenómica y nutrición personalizada por la UIB, sabía que al apostar por la investigación iba a hincar codos durante mucho tiempo y que más pronto o más tarde le va a tocar salir de la Isla y distanciarse de su familia. «Lo que más me va a doler», asegura, al tiempo que recuerda que sus progenitores fueron los que la animaron a estudiar para no dedicarse a la restauración como ellos. «Es un trabajo muy honrado, pero también sacrificado. Cada verano ayudo sirviendo mesas, pero llevo toda la vida viendo su esfuerzo diario. El restaurante es un apéndice más de nuestra casa. En realidad, allí pasan más horas que en ningún sitio. Ellos no quieren eso para mí ni para mis hermanos», explica Teresa, que nació en Barcelona, pero a los pocos meses la llevaron a China, al hogar de sus padres, en la región de Fujian, para dejarla al cuidado de su abuela, mientras ellos trabajaban detrás de una barra en la Ciudad Condal. Zhi Xin no regresó a España, esta vez a la capital palmesana, hasta que sus padres reunieron el suficiente dinero para asentarse y abrir su propio negocio.

Nuestra protagonista pertenece a la segunda generación de aquellos ciudadanos chinos que llegaron a Baleares a la aventura, sin apenas hablar español y cuyos hijos, en cambio, no han tenido casi problemas de adaptación y se han impregnado de las costumbres de la sociedad española. Y a estos hay que sumar las terceras generaciones, tanto de matrimonios de la misma nacionalidad como mixtos. «Me he empapado de la cultura china a través de la televisión, así aprendí cantonés, y luego mandarín en la escuela de idiomas – dice Teresa –. Mi casa ha sido una mezcolanza de tradiciones españolas, como la Navidad y la Nochevieja, que celebramos en nuestro restaurante con los clientes más fieles, y asiáticas, como el Año Nuevo chino. La mayor parte de mis amigos son mallorquines, al igual que mi novio, con el que me he ido a vivir. Nunca me han insistido en hacerme amiga de otros niños de la comunidad china, aunque por supuesto también los tengo. Me siento española y china. A mí solo me piden que les dé nietos, porque en China es habitual tener hijos joven, pero yo les respondo que a su debido tiempo. En eso soy muy española», finaliza sonriente Teresa.

Cultura del esfuerzo

Según datos del Instituto Nacional de Estadística, a fecha del 1 de enero de 2019 en nuestra Comunidad vivían 5.738 ciudadanos chinos (2.985 hombres y 2.853 mujeres) aunque las diferentes asociaciones chinas de Mallorca elevan aún más esta cifra hasta situar el número de inmigrantes de origen chino en casi 10.000. Los primeros ciudadanos del gigante asiático llegaron a Baleares en los 80, aunque la gran oleada se produjo a principios de los 90. A esa primera tanda de inmigrantes pertenece el padre de Lorena Man-Li Sit Garijo. Su progenitor, oriundo de Hong Kong, llegó a Mallorca con 16 años para trabajar de cocinero en Peguera, chapurreando inglés, alemán y un poquito de español. Un trayecto en autobús cambió su vida y la de su madre, una mallorquina de Andratx. A pesar de la barrera del idioma, se enamoraron y luego se casaron por la iglesia ante la estupefacción de muchos vecinos y el apoyo incondicional de su abuela materna, «una viuda que había sacado a sus hijos adelante a base de esfuerzo y con una mente muy abierta, igual que mi padre», señala Lorena. Su padre fue el primer chino residente en Andratx y ella, la primera mestiza: «Eso curte. Y de qué manera». Recuerda que no había niños como ella en el colegio. «No voy a negar que me pasé parte de mi infancia siendo el blanco fácil para otros chavales, pero también de muchos padres, que no decían nada, pero tampoco evitaban que sus hijos se metieran con otra niña. Pero todo pasa y de todo se aprende. Estoy muy orgullosa de mis padres, de lo que han hecho por mí y, por supuesto, de mis raíces, aunque como todos, tuviera una etapa rebelde y no quisiera ni oír hablar de aprender chino», recalca esta joven, que estudió la carrera de Derecho, seguida de un Máster especializado en Derecho empresarial, siempre becada gracias a su inmaculado expediente académico: nada menos que siete matrículas de honor el primer año de universidad.

Ha trabajado como abogada, concejal en el Consistorio d’Andratx y la legislatura pasada fue nombrada coordinadora general de Economía y Hacienda del Ajuntament de Palma, cargo que dejó voluntariamente para regresar a su plaza en la ATIB (Agencia Tributaria). «Los jóvenes chinos tienen una mentalidad muy diferente a la de sus padres. Han vivido toda la vida en España y han navegado entre dos culturas. No es que no pretendan trabajar duro, pero también aspiran a una vida como la del resto de personas de su edad. Yo soy muy española de cara al resto de la gente, pero por dentro soy metódica, llevo impresa la cultura del esfuerzo, en definitiva, muy china», asevera Lorena.

Lorena Man-Li Sit Garijo (Andratx, 1986). Hija de un chino y una mallorquina, está licenciada en Derecho, ha sido concejal en el Ajuntament d’Andratx y ahora trabaja en la Agencia Tributaria de Balears (ATIB).

Teresa Zhi Xin Yau Qiu (Barcelona, 1992). Llegó a Mallorca con tres años, está graduada por la UIB en Bioquímica y ha estudiado un Máster en Nutrigenómica y nutrición. Acaba de defender su tesis y estudia diferentes ofertas.

Xiaomei Espiro Roselló (Yunnan, 1994). Fue adoptada por un matrimonio mallorquín cuando tenía siete años. Ha estudiado Comunicación Audiovisual en Barcelona y en 2017 rodó un corto documental, ‘El hilo rojo’.

Mirada a una generación

«Me preguntan por China y yo contestó siempre: ‘Y yo qué sé, si soy mallorquina». Xiaomei Espiro Roselló nació en la provincia china de Yunnan, pero a los siete años llegó a la Isla adoptada por un matrimonio mallorquín. Aunque recuerda haber pasado por una etapa rebelde en la que dejó de estudiar mandarín y renegó de sus orígenes, marcharse a Barcelona a estudiar la carrera de Comunicación Audiovisual le hizo replantearse muchas cosas.

Fruto de esta introspección nació El hilo rojo , un corto documental dirigido por la misma Espiro que retrata a la comunidad china en Catalunya. Su idea inicial era centrarlo en los inmigrantes chinos que llegaron por primera vez a España, pero a la hora de rodar se topó con un muro marcado por el idioma, el miedo a las cámaras y el hecho de que no la conocieran, así que lo redirigió hacia sus hijos, los de la segunda generación: «Son sus historias, también la mía. Algunos se sienten chinos, otros solo españoles, hay quienes siguen si decidirse. Los hay que no tienen intención de regresar a China, ya sienten que están en su casa. Algunos quieren emprender, aunque ninguno habla de montar bazares, bares y restaurantes, eso es de otros tiempos; otros se niegan a ser sus propios jefes... Creo que este proyecto ha podido ayudar a descubrir a la gente que hay en la comunidad china, esa gran desconocida», argumenta Xiaomei sobre su trabajo en El hilo rojo, al tiempo que confiesa que en breve se unirá al equipo de rodaje de una serie de TVE, mientras que en el cajón guarda un guión centrado en la historia de los inmigrantes chinos en Baleares, a la espera de financiación.