Rocío, con su hija María Alhambra en brazos, atravesó toda la calle Palau Reial, donde ni un sólo comercio estaba abierto. | Teresa Ayuga

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Hay ocho grupos representados en el Parlament balear y los lunes antes del estado de alarma –que este martes llega a su día 45– era cuando sus portavoces anticipaban a los medios de comunicación sus planes para la semana. Todo ha cambiado, también el modo en que se comunican las decisiones de la clase política y el escenario de las calles por las que se movían habitualmente.

Por la calle Palau Reial, la que va de la Plaça de Cort a las escalinatas que llevan al Parc de la Mar, se accede a los dos edificios del Parlament. No hay ningún comercio abierto en ese trayecto. El último, una heladería, aprovechó los primeros días del estado de alarma para colgar el cartel de ‘se traspasa’.

Rocío acaba de recorrer ese trayecto. Lleva en brazos a su hija de diez meses, que se llama Alhambra María, y mira al mar asomada a la muralla. «Es mi primera salida con ella. Ayer nos quedamos en casa», cuenta. Y explica la felicidad que supone para ella ese momento. «Vivimos en una casa cerca del mercado del Olivar. Somos tres compartiendo un espacio de cincuenta metros; la única ventana tiene rejas y casi no entra el sol». Y añade, móvil en mano, que «lo he comprobado antes y estamos dentro del kilómetro en que podemos salir a pasear». La pequeña se llama Alhambra porque su madre es de Granada.

Cualquier otro día, Rocío, se hubiera cruzado con más gente. Turistas, personal de las administraciones o diputados y diputadas camino del Parlament que, este martes, volverá a celebrar uno de sus plenos en pequeño formato y a puerta cerrada.

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Vino para un «homenaje»

Bernat y Toni son dos funcionarios del Parlament que han salido un poco a la calle. El primero es uno de los que se encargan de las visitas escolares a la Cámara –lógicamente, suspendidas– y ayer entreabrieron la puerta para permitir una fotografía. Forman parte de los servicios esenciales que se organizaron cuando se limitaron los accesos. Su conversación va sobre parchís y ajedrez ‘on line’.

El pintor Guillem Llabrés se ha levantado temprano y ha sacado a pasear al perro. Pasa por delante del Consolat de Mar, la sede de la Presidència del Govern donde la presidenta balear recibe, de hora en hora, a los portavoces de los grupos políticos. Llabrés se confiesa pesimista y trata de imaginar cómo sería el cuadro que dedicaría a estos tiempos marcados por la pandemia. «Como soy un pintor abstracto, sería algo relacionado con una mancha de color gris», dice. Cruza por los dos cañones de la puerta del Consolat y se vuelve a su casa donde le espera la también pintora Lourdes Sampol. Su última exposición fue hace dos años. Vendió dos cuadros que luego no vinieron a buscar. «Malos tiempos para el arte», musita mientras dos trabajadores de Emaya se sientan a a almorzar en dos bancos de piedra. Han estado regando y desinfectando. Guardan las distancias; cada uno se sienta en un banco en la zona peatonal del Passeig Sagrera donde tuvo lugar la última concentración de gente antes de la manifestación del 8-M: el Dia de les Illes Balears del primero de marzo.

Laetitia es francesa y atiende en un tienda de vinos, Mallorcària, cerca de la plaza de Santa Eulària. Ese comercio estuvo cerrada en los primeros días del estado de alarma y reabrió después de la Semana Santa, pasado el tiempo en que se suspendieron también las obras y los trabajos no esenciales. Abrieron porque en ese lapso de tiempo se denegó el Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) por causas forzosas que planteó la empresa. Se rechazó, explica, porque la venta de vinos está incluida en el sector de la alimentación, que puede continuar. El BOIB del viernes publicó una relación de 4.786 comunicaciones de otros tantos expedientes.

«Sí, se vende vino. O para tener en casa y alguna que otra botella para darse un homenaje», dice : Laetitia tras la mascarilla.

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