Interior de una furgoneta de reparto a domicilio, a la izquierda. | Pilar Pellicer

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No llegarás al día 40 del estado de alarma –que se cumple este jueves, que también es el del Libro– sin aprender algo. Ejemplo: todo lo que cabe en la furgoneta de una empresa de mensajería (se obviará el nombre en atención a la sinceridad) y que luego termina en las casas de las gente confinada.

«Tenemos más trabajo, no te imaginarías lo que hemos repartido durante estos días; desde ropa que ya no se podrán poner hasta perros», afirma un repartidor que prefiere no dar su nombre.

-Perros, anda, no me lo creo. ¿Y cómo transportan los perros?

-En jaulas, claro. Miren, aquí dentro llevo una.

Ha aparcado en una calle de Cala Major; abre la puerta y, efectivamente, ahí está la jaula plegada. Además de una caja de mascarillas y otras con el nombre de grandes almacenes y tiendas de moda. El repartidor añade que ha entregado en días pasados perros, pantallas, televisores y ropa.

Cumplido su encargo en esa calle -«esto parece algo de informática», dice- entra en su furgoneta y se va. Una mujer saluda desde el coche de atrás. Es Pilar Ferrer; exdiputada del PP por Mallorca. Vive en esa zona y va al súper. «Pues aquí como todo el mundo», dice. «Salgo a aplaudir al balcón cada día y lo que más echo de menos son mis nietos».

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La barriada de Cala Major son varias zonas en una; diversas tipologías en una. Que los Pullman -esos edificios que en su día fueron hotel y ahora recuerdan a colmenas– estén frente a la Fundació Pilar i Joan Miró resume en una misma calle (Saridakis, como el pintor, mecenas y coleccionista que construyó el palacio de Marivent, que está a pocos metros y es la residencia de verano de la Familia Real) todo ese caleidoscopio urbano y sociológico. Y si se añade que muy cerquita está el mar y la playa (y todo lo que supone el turismo en Mallorca) se completa el abanico vital y social.

Vicenta y Ana son madre e hija. Hace 45 años que viven en Cala Major. Cada una va con su carrito de compra y dan su visión de estos días. «En mi vida había visto tanto perro por aquí. Sacan a pasear perros que antes no había visto nunca», precisa Vicenta. El día que se escriba la crónica general de confinamiento, el vocablo `perro’ será uno de los más citados. Junto a ‘mascarilla’, claro.

El día empieza variable. Tanto puede ponerse a llover como salir un sol deslumbrante. Eso es lo que ocurre, llegando a calle Joan Miró, camino de la playa.

Un histórico activista

Sí, no hay duda. Ese andar es inconfundible. Ahí va (camino del súper) Toni Marí, histórico del activismo vecinal y presidente de la Asociación de Vecinos en Defensa de Cala Mayor y Sant Agustí. Cumple años, 72, el viernes. Es un habitual de los plenos del Ajuntament, redacta y envía comunicados sobre las necesidades de la zona. Afirma que, incluso en situaciones normales, sólo quedarían ocho de los hoteles que en su día estuvieron abiertos y que marcaron el inicio del ‘boom’ turístico. «Mal, si antes estaba mal, luego estará peor si no se pone manos a la obra», dice. Es un libro abierto y si de él dependiera haría de guía de la zona. Y contaría lo que hay que arreglar y lo que se ha arreglado; informaría de cómo estaba antes y cómo está ahora. Pero no es posible.

«Bueno, pues otro día», dice. Y no le cuesta mucho responder a la pregunta de cuál fue la mejor época de Cala Major y Sant Agustí. No lo duda: «La de las suecas».

No hay suecas ni suecos en la playa. Ni en sus alrededores. El mar está movido y sólo hay lugar para las gaviotas. Y para un sin hogar en la zona cubierta donde en verano hay bares. Antonio se encarga de cuidar los jardines de tres hoteles cerrados.
Y el confinamiento alcanza un número redondo: 40 días.