Miquel Gomila, Lucía Forteza, Sara Mirando, Tomeu Gelabert y Jordi Vilà a las puertas del cementerio de Palma. | Jaume Morey

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Son el último eslabón de la dramática cadena del COVID-19, una epidemia que la Empresa Funeraria Municipal (EFM) de Palma ha podido afrontar gracias a la previsión y experiencia previa. Baste recordar que a raíz de los primeros casos de ébola se adquirieron equipos de de protección del personal, además de realizar de manera periódica ejercicios de adiestramiento. Se da la circunstancia de que en los primeros casos de fallecidos por COVID-19 el personal de los hospitales se sorprendió de los equipos de que disponía la EFM, superiores a los que utilizaban el personal médico y de enfermería.

Esta circunstancia no resta ni un ápice al desgarro emocional que genera el estricto protocolo de prevención de riesgos biológicos que se aplica, «circunstancia que genera la dificultad de poderse despedir del familiar fallecido, se complica asumir el hecho», comenta la psicóloga Sara Mirando en el zaguán del cementerio de Son Valentí. Ahora, los operarios de la EFM tienen prohibido manipular los cadáveres de personas que han dado positivo en COVID-19 o son sospechosas, por eso los cuerpos no están acondicionados.

«Siempre hay un mecanismo de defensa para no asimilar la desaparición de un ser querido y poder verlo duele, pero ayuda al duelo. Ahora, por estas especiales condiciones avisamos que no está acondicionado. Hay personas que vieron salir a su familiar en una ambulancia y no la han vuelto a ver», explica Mirando.

En parecidos términos se expresa Miquel Gomila, responsable de cementerios de la EFM, que admite que «ahora los familiares vienen muy afectados por estas especiales circunstancias. Ha desaparecido el entorno social de apoyo que tratamos de compensar grabando un pequeño vídeo del proceso de inhumación; es un detalle que las familias agradecen». A las inhumaciones sólo pueden asistir tres personas «y se generan silencios que son impactantes».

Tomeu Gelabert forma parte de una de las cuadrillas que cada día lleva a cabo las inhumaciones, «un trabajo para el que nosotros estamos preparados, pero es muy duro para las familias». Respecto a los eventuales peligros que puede entrañar su labor comenta que «le tengo respeto, pero no me da miedo; tenemos los medios de protección adecuados y no tiene que pasar nada».

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Un aspecto que todos coinciden en destacar es, como asegura la psicóloga Sara Mirando, «el agradecimiento de las personas, esto hace que me sienta muy apoyada en mi labor». Da la impresión de que los ciudadanos han tomado conciencia de las dificultades en las que todos están obligados a realizar sus tareas en unos momentos tan complicados como los actuales.

Piña laboral

Otro aspecto que valoran los trabajadores es la capacidad de toda la plantilla para asumir la nueva situación generada por la pandemia, toda vez que ha disparado la demanda y se realizan trabajos en toda la Isla al ser la única empresa homologada para trabajar frentea un riesgo biológico como el actual.

El trajín no cesa en las oficinas de la EFM, Gomila indica que «nosotros entendemos el colapso que se produjo en Madrid, el volumen de defunciones fue muy superior al que podían absorber». En el caso de Palma, el gerente de la empresa municipal, Jordi Vilà, explica que «aquí podemos trabajar sin demoras, estamos trabajando al 40 por ciento de nuestra capacidad; también tenemos suficiente stock de féretros para poder atender cualquier punta que se produzca. Afortunadamente este episodio no nos ha cogido desprevenidos». La mañana avanza, los vehículos fúnebres entran y salen de las dependencias de la EFM.

En su interior las cámaras frigoríficas dejan constancia de que en su interior hay una víctima de la epidemia de COVID-19, pero a su alrededor, como siempre, la vida continúa. El drama también. El último viaje sin despedida, el modo más cruel de decir adiós y dejando un vacío infinito.