La planificación y la coordinación han sido claves para superar la fase aguda de la epidemia, una situación frenética por momentos. | miquel a. cañellas

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Hace poco más de veinte días en Son Espases se respiraba una calma tensa. Sus pasillos estaban vacíos, se reorganizaban las consultas externas, los celadores apenas tenían trabajo, se redujo a la mitad la entrada de pacientes por Urgencias e incluso se cerró el servicio del bar al público… Comenzaba el periodo de confinamiento y el engranaje del hospital se preparaba para parar el primer impacto de un tsunami sanitario.

La zona cero de Son Espases

En la semana del 16 al 22 de marzo el centro ya diferenció dos áreas. «Lo primero que vimos en seguida era que había que separar a los contagiados de los sospechosos. Los objetivos siempre han sido intentar que hubiera las menos infecciones intrahospitalarias posibles y que subieran el menor número de pacientes posibles a UCI», explica el jefe de sección de Enfermedades Infecciosas de Son Espases, Sion Riera.

Ana García, supervisora del Área de Enfermería de la Tercera Planta, recuerda que la epidemia empezó con casos aislados y a medida que crecían se organizaban. «Vaciábamos las plantas de pacientes habituales y las dejábamos listas para COVID», relata.

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Pero seguían ingresando a pacientes y todo empezó a cambiar en cuestión de horas. «Fue como un impacto de choque. ¿Cómo era posible que hubiéramos pasado de cuatro contagios que estaban tan bien a mandar pacientes a la UCI?», añade Regina Cortés, coordinadora de unidad de infecciosos. «Empezaron los exitus todos los días. A nivel emocional cada vez que fallecía alguien lo pasábamos muy mal porque no entendíamos todavía cómo actuaba el virus. La carga de trabajo era brutal, los pacientes además estaban solos y teníamos que dar apoyo a las familias», recuerda.

En esos días el hospital iba adaptando servicios a la recepción de personas con coronavirus a un ritmo muy acelerado. «Nosotros primero asumimos a pacientes de las unidades que liberaban camas para posibles futuros ingresos y en pocos días se decidió que los acogiéramos», añade la supervisora de hospitalización de medicina interna para pacientes crónicos complejos, Eva Puchol.

La actividad ya era frenética. «Hemos tenido que cambiar toda la manera de trabajar y evolucionar en todo como equipo en tiempo récord. No son los pacientes que estamos acostumbrados a tratar. Hemos cambiado protocolos, no cada día, cada ocho horas», relata Encarni Torres, supervisora de la Unidad de Medicina Interna o de una de las nuevas áreas de coronavirus.

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«Para los profesionales fue muy estresante y para las supervisoras todo un reto. Vaciar unidades, cambiar circuitos y algunos crearlos, como los de residuos o limpieza... Había que diseñarlo, que la gente lo conociera y que se cumpliese. Además todo te cambiaba al día siguiente», explica García. «Para mí ha sido el mayor reto pero teníamos una consigna: para que funcione tenemos que hacerlo todos igual».

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«Al final entendimos el virus, cómo actuaba. Vimos que los enfermos incluso de 20 o 30 años no se pueden levantar, les tenías que decir que se hicieran sus necesidades en la cama porque el hecho de ir al baño desembocaba en un empeoramiento acelerado…», confiesa Regina Cortés. «Hemos cuidado al paciente muy bien y ahora casi no mandamos a nadie a la UCI y damos muchas altas».

Una vez supieron cómo estructurarse, reprodujeron el modelo. «La unidad 3O nos sirvió de entreno y fue la que después enseñó a las demás de qué manera dar cobertura a los diagnosticados», explica el doctor Riera. En un momento dado cuando tuvimos que abrir más de cuatro plantas y necesitamos más colaboración, mucha gente se prestó. Siempre hemos tenido overbooking de voluntarios».

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Se toma el control

Son Espases ahora vuelve a la calma, no tan tensa como la del inicio, porque conocen un poco mejor al enemigo, pero sin bajar la guardia. «El volumen de trabajo sigue siendo alto pero la gente ya se organiza sola, sin la supervisión de nadie», advierte García.

Las cifras del hospital van mejorando día a día. Llevan tiempo registrando más altas que nuevos ingresos y a los pacientes que siguen allí, «les llevamos la continuidad, les hacemos controles analíticos y radiológicos porque es importante el seguimiento de marcadores inflamatorios», explica el neumólogo Álex Palou. «Si evolucionan bien les damos el alta que depende de su estado clínico, no de si es o no positivo», asegura. Los pacientes que se encuentran bien vuelven a casa donde se les hará un seguimiento o, si no pudieran estar bien aislados, van a un centro sociosanitario o al hotel Melià Palma Bay. «Deben seguir confinados dos semanas», añade Palou.

«La situación está ordenada y entendemos qué hacer, estamos más tranquilos», revela el jefe del servicio de Neumología del Hospital, el doctor Ernest Sala. Ahora lo importante, en su opinión y en la de muchos expertos epidemiólogos o incluso la OMS, es que «si no tenemos cuidado con el desconfinamiento puede haber rebrotes que vuelvan a complicar el sistema sanitario». Por eso advierte: «Desconfinar no es volver a la normalidad, la gente debe entenderlo. Ni teatro, ni conciertos, ni colegio… Todo esto tendrá que esperar. Desconfinar no es salir y hacer lo que quieras porque sino en un mes volveremos a estar aquí».

El papel relevante de la Atención Primaria

La Atención Primaria ha jugado un importantísimo papel en la contención y gestión de los pacientes portadores del virus. Tras desbordarse el teléfono 061 Salut Respon, los centros de salud asumieron el filtro de los casos, lo que ha resultado definitivo para que no se colapsaran las urgencias de los hospitales. La mayoría de los enfermos por COVID-19 presentan síntomas leves, no han sido diagnosticados y han pasado la enfermedad aislados en casa. El hecho de que los pacientes pudieran consultar al centro de salud, de donde han salido la mayoría de las directrices, ha dado aire a los hospitales para atender a los casos más graves.