El Obispado de Mallorca se prepara para hacer frente a una severa crisis económica. | Jaume Morey

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Cada tarde sale al balcón para solidarizarse con los sanitarios, aunque su aplauso resuena solitario frente a la inmensa bahía de Palma. El obispo de Mallorca, Sebastià Taltavull, habla a las puertas de la Semana Santa, el período más trascendental del año para los católicos. Se emociona cuando evoca a aquellos que mueren en soledad durante estos días o las impresionantes imágenes del papa Francisco orando por el mundo en una desierta plaza de San Pedro de Roma. La espiritualidad de estos días no está reñida con el análisis de las consecuencias de la pandemia, en especial en el terreno económico.

La pregunta es obligada, ¿cómo se encuentra? ¿Cómo lo lleva? Vamos camino de cumplir las tres semanas de confinamiento.
— Pues como todo el mundo. Antes llevaba una vida muy activa y ahora tengo que establecer una relación por teléfono o internet. Son unas semanas de mucha comunicación que me permiten estar cerca de la gente. La verdad es que no me he sentido solo en ningún momento, colaborando siempre con las autoridades sanitarias.

¿Que está siendo lo más duro durante todos estos días?
— Ver el dolor de la gente. Aquellos que no ven la salida, los que mueren sin poder despedirse de los suyos. A mí se me ha muerto una prima en Barcelona, no he podido estar con sus familiares. Para consolarnos he creado una red de plegaria por WhatsApp y oficié una misa por su alma, aquí. En estos momentos la proximidad se agradece. También he recibido cartas de algunos sacerdotes que me han emocionado. Pero estas muertes casi clandestinas son lo más duro (se emociona). No podemos atender a las personas enfermas en los hospitales ni en las UCI. De todos modos, con la dispensa de la misa dominical que muchos fieles siguen por la televisión, creo que ha resurgido la celebración eucarística y se ha establecido una relación virtual con los feligreses.

La imagen del Papa solo en la plaza de San Pedro era sobrecogedora ...
— Me recordó cuando empezó su pontificado. La plaza vacía, pero con la misma intensidad de la plegaria; todo el mundo rezando con él. Me impresionó su soledad y la de tanta gente.

¿Cómo encara la Semana Santa en este contexto tan excepcional?
— He dictado una carta pastoral con las indicaciones más destacadas de estos días, los más importantes de la Iglesia católica. Iremos a lo esencial de la fe y el cristianismo, sin aditivos que se desvían de lo importante. Para estos días también he redactado una plegaria y un viacrucis para estos tiempos de pandemia, los cuales vamos a distribuir por internet.

¿Percibe un cambio en la gente? ¿Nota un resurgimiento de la espiritualidad?
— Esta epidemia ha abierto los ojos a mucha gente. Lo que más impresiona es que afecta a toda la humanidad, todo el mundo está infectado en mayor o menor medida. En estas situaciones es cuando se plantean los temas relacionados con la vida y la muerte. Nosotros tenemos la respuesta en la fe. Hay que saber dar razones de nuestra esperanza; al menos es lo que intentamos.

También ha tenido que tomar decisiones polémicas...
— Hemos hecho cinco comunicados, cada vez más restrictivos. Lo más duro fue tener que cerrar las iglesias, una decisión que no todo el mundo entendía, y se sentían decepcionados. Nosotros no podíamos contravenir las indicaciones del Gobierno. Todas las decisiones se han comentado con las autoridades y con el respaldo unánime del Consejo Episcopal y los arciprestes de cada zona de la Diócesis.

Ha habido algunas expresiones ‘folkloristas’ de fe ... No quiero resultar ofensivo, pero subir el Santísimo al campanario en Pollença, no sé ...
— Me ha chocado el eco que ha tenido en los medios de comunicación. En la fe no hay distancias, la plegaria va más rápida que internet y sin virus. Tanto valor tiene la comunición espiritual como la material, igual que en el resto de los sacramentos; es algo que he tenido que explicar muchas veces estos días. La fe es lo más importante. Nosotros no podemos atar a Dios a nuestras estructuras, él sí está en las UCI; lo que necesitamos es creer.

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Llevamos semanas sin funerales, entierros restringidos, ... Este es uno de los aspectos más llamativos.
— Mire, atender a los enfermos es nuestra prioridad, todos los hospitales tienen asistencia religiosa si así lo desean. Durante estos días se han producido escenas imborrables. Al margen de que los funerales han quedado pospuestos, en los entierros también hacemos de psicólogos, tratamos de hacer una atención muy personalizada. Por otra parte, quiero destacar la labor de los integrantes de la pastoral penitenciaria, ahora no podemos entrar en la cárcel y el contacto con los reclusos se hace por carta. Me aseguran que hay mensajes que son impactantes.

¿Cree que la Diócesis de Mallorca saldrá reforzada de esta situación?
— Seguro. Ya lo estamos ahora y si la sociedad conoce nuestra labor estoy convencido de que cambiarán muchas percepciones sociales.

Por cierto, ¿hay infectados en el clero?
— De momento, no. Hay algunos aislados por precaución, pero no tengo noticia de que haya infectados.

Además de alimentar el espíritu, las personas necesitan comer cada día. Se avecina una crisis económica muy profunda. Todo indica que afectará a amplísimas capas de la sociedad.
— Efectivamente, hay que hacer frente también a una pandemia económica. Nosotros vamos a trabajar y potenciar la labor de Càritas y La Sapiència, que en estos momentos atiende a 170 personas con importantes problemas de convivencia por sus especiales características. Las consecuencias económicas me producen respeto. Mire, la crisis de 2008 fue fuerte, muy fuerte; la de ahora es un auténtico ‘shock’. Desde Càritas, como ya hemos dicho, hacemos un esfuerzo importantísimo para atender el aumento de la demanda por parte de personas y familias especialmente vulnerables, ellos también son una prioridad para nosotros.

Disculpe que insista, el descalabro económico que auguran los expertos será muy duro...
— Pienso que habrá que hacer otro planteamiento económico a partir de ahora, pensar en una economía de más igualdades, con principios éticos. Estoy convencido de que sin solidaridad será muy difícil aguantar el golpe económico. Le pongo un ejemplo, el clero de la Diócesis hemos decidido dar un 10 por ciento de nuestros sueldos a Càritas; es un gesto voluntario que agradezco y demuestra su compromiso con los más débiles. Respecto a la Diócesis ya estamos preparando medidas para hacer frente a lo que se avecina en materia económica. Baste pensar en la caída, aunque sea poco significativa en términos globales, de las colectas en las iglesias. Es por ello que en la Diócesis trabajamos en un trasvase de todos los recursos disponibles para poder ayudar más a la gente.

Se han volcado con los más necesitados...
— Estamos estudiando posibles desamortizaciones de nuestro patrimonio, mientras Càritas está recibiendo importantes ayudas de particulares, entidades y entregas de víveres. También tenemos el apoyo económico incondicional del Cabildo de la Catedral, que agradezco mucho. Considero que estamos ante un momento crucial. Y en este sentido también puedo decir que hemos ofrecido al Govern la iglesia del Corpus Christi (Son Gotleu) por si lo quiere habilitar como hospital, además de las medio centenar de habitaciones de que dispone el edificio del Seminario. Para descanso de los sanitarios ponemos a su disposición el casal de Santa Llúcia y Son Roca. Desde la Diócesis estamos ofreciendo toda nuestra colaboración para atender las necesidades que surjan.

¿Saldremos de ésta?
— Estoy esperanzado, aunque yo también me pregunto dónde está Dios. Él no es el problema, es la solución. El problema viene de nuestra naturaleza, que es débil frente al virus, pero nuestro cuerpo también es espíritu. Dios también es el médico, la enfermera o la persona que limpia. En todos ellos hay grandes gestos de solidaridad. Y creo que sí, que saldremos de ésta. Dios no prescinde de nosotros para la solución de esta epidemia. El milagro es empezar a compartir.

¿Qué pone a prueba esta epidemia?
— A nuestro estilo de vida, a la familia, a la profesión, a la clase política, al trato que damos a la naturaleza ... Lo pone todo en cuestión. Debemos asumir que no somos propietarios de nada, sólo meros administradores. Y no hay peor pobreza que la espiritual.

¿Estamos ante un cambio epidérmico, coyuntural, de la sociedad o, por el contrario profundo?
— Creo que todo lo que está ocurriendo servirá para recuperar valores que ya teníamos olvidados; valores que los cristianos le llamamos virtudes. Desde mi punto de vista, esta enorme crisis refrescará el mensaje evangélico; tengo claro que por una idea no daría la vida, por una persona sí.