La zona de pescados del mercado municipal de Pere Garau, este jueves. | Teresa Ayuga

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El quinto día después de la declaración del estado de alarma –jueves 19, víspera del inicio de la primavera– se presenta propicio para comprar pescado, sobre todo en el mercado municipal de Pere Garau. Ejemplos: gamba fresca de Mallorca, entre 5,90 y 6,95 el kilo; pulpo, 5,90 y salmonete, entre 4,75 y 7,95. En la parte exterior, fruta y verdura. Cualquier otro jueves anterior, habría otros puestos que hoy son imposibles por las restricciones de los tiempos del coronavirus.

El de Pere Garau pasa por conservar todavía ecos de lo que fueron los mercados antes del inicio de proceso de ‘gentrificación’, que es un término que estos días de alarma podría empezar a ser visto como algo arcaico. La otra cara de la moneda es el mercado de Santa Catalina, el ‘hermano rico’ (o más caro) de los mercados y que ayer amaneció con bastantes puestos cerrados. Santa Catalina es el barrio donde ha aterrizado la población sueca. Frente a una de sus puertas, está una de las herboristerías Maria Antonia Bergas.

Antònia se llama también la encargada de Santa Catalina, que explica que ahora se venden yerbas medicinales que refuerzan «las defensas». Tiene una clientela más internacional. «Ahora vienen menos suecos, hace unos días eran más. Son más disciplinados», afirma.

Un autobús de la EMT, el número 5, enlaza esos dos universos que afrontan el quinto día de alarma con las mismas inquietudes. Antoni Serra es cortador de jamón y tiene un puesto, Es Recó, en el mercado de Santa Catalina. Esta convirtiendo en lonchas una pata de jamón que alguien le ha encargado por teléfono. «Ahora se hace mucho, me encargan y vienen después». Ha puesto en marcha tutoriales para enseñar a cortar jamón y también prevé de forma altruista a personal sanitario y «a gente que lo necesita». También su clientela es internacional. En el puesto de al lado, un inglés que vive en Alaró ha comprado fruta.

Vive en Alaró pero trabaja en una «empresa de barcos» en Santa Catalina. «Aquí la fruta es buenísima», dice.

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Líneas que marcan el paso

Hay menos ruido y eso permite escuchar con más nitidez el sonido de los pájaros y el de las palomas. También por las calles más vacías de Santa Catalina, con varias cafeterías panaderías abiertas, aunque sólo para entrar y llevarse los bollos y el café.

El catalán no ha desparecido en ninguno de los dos mercados, sobre todo entre quienes sirven en algunos puestos. Hay tres personas en el bus que hace el trayecto entre la Plaça del Progrés y una de las calles laterales de Pere Garau. Dos mujeres, cada una en una fila, hablan en catalán. El sueco va desapareciendo de los buses (en realidad ha descendido casi un 90 % la utilización de los autobuses y la EMT ha reducido las frecuencias) aunque siguen en Palma.

En el mercado de Pere Garau y en el de Santa Catalina –igual que en el otro de los mercados municipales, el del Olivar– se han dibujado unas líneas centrales para guardar las distancias. Algunas de las pescaderías de Pere Garau, te pasan el datáfono en una caja de plástico si has decidido pagar con tarjeta. Son cambios que el personal acepta. Igual que el uso de mascarillas y guantes de colores.

Nadie parece tener intención de ‘acaparar’ en los mercados y todo va un ritmo más lento. «Aquí seguimos reponiendo», dice. Y en uno y otro mercado, lo mismo: «Nunca hubiéramos imaginado esto».