Imagen de un balcón. | Pixabay

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En casa el confinamiento empezó hace casi una semana. Desde el pasado jueves, aquí solo se sale para compras - solo las urgentes-, tirar la basura -no tenemos perro, sólo una tortuga- y trabajar. Quizá esto último alivia la sensación de encierro -aún leve evidentemente dado el poco tiempo-, pero sobre todo la vorágine periodística vivida cada día en la redacción. La intensidad de las horas dedicadas a la información del coronavirus hacen que el día pase más rápido, que la cuenta atrás entre en esprint, pese a la incertidumbre de no saber todavía cuándo ni dónde acabará esto.

Hay situaciones de estos días, no propias, que trataré de ir compartiendo, pero empezaré por las mías, las de casa, las que me han caído ante los ojos desde que comencé a teletrabajar y me han hecho ser todavía más consciente de esta realidad.

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El coronavirus pasará, lo vivido ahora es temporal, pero ya es el cuarto día que me encuentro visualmente con mi vecina del Primero B. Sale al balcón cada día a aplaudir; nos preguntamos por la salud, aplaudimos con nuestros hijos y nos decimos un «hasta mañana». Y ahí el primer ¡plash!... Entro en casa de nuevo preguntándome ¿Y esto hasta cuándo? No hay respuesta exacta, hay estimaciones pero no hay fecha de caducidad. La otra noche, justo en ese momento de aplausos, pasaban por mi calle dos policías nacionales, patrullaban las calles para asegurarse de que todos cumplimos con las medidas y no actuamos como si la historia no nos concerniera. Y... ¡plash! de nuevo. Policías comprobando que estamos en casa, cuidándonos, porque un virus invisible nos amenaza. ¿Y no parece de película? La escena ahora ya no es nueva e incluso he escrito estos días sobre ella, sobre las denuncias e incluso detenciones por no cumplir con el confinamiento. Pero una cosa es contarlo y la otra vivirlo.

Y mientras esto dure, que no acabará mañana, ni pasado, en este segundo día de teletrabajo y, por tanto, de mayor aislamiento si cabe, he pensado mucho. El día es largo y da para ello. La realidad es que en esta casa, como en millones de otras, el día a día no será tan fácil a partir del día 10. Así que al margen de rutinas para mantener algo de cordura y no romper del todo con nuestros hábitos, aquí nos dejaremos llevar, haremos lo que haya que hacer para pasar esto lo mejor posible. Con dos pequeños encerrados en un piso, hay momentos para todo y de todo. Así que el viernes tengo una fiesta infantil en el balcón. Habrá globos, música, patatillas y chuches. Esta noche se lo cuento a mi vecina.