Carlos, con mascarilla, como todo el que vive en Shanghái. | C.M.

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Carlos Morell Orlandis estudió Arqueología y trabajó en el Museo Arqueológico de Deià, profesión que dejó para dedicarse a lo que era una tradición familiar: la pintura, ya que es biznieto del pintor Fausto Morell y Bellet.

En el año 2006 viajó a China con un proyecto de intercambio cultural entre Palma y Shanghái, que no llegó a buen puerto por muchos motivos, sobre todo económicos. Pero como China le enganchó, la visitó a menudo. «En el año 2009 hice una exposición en el Museo de Arte de Shanghái que fue un éxito. Como consecuencia de ello, se me propuso que me uniera al Instituto de Artes Visuales de Shanghái, perteneciente a la Universidad de Fudán, como profesor honorario. Acepté y el 13 de marzo de 2010 me vine a vivir y a trabajar en China». Este miércoles contactamos con él para que nos contará como ve y vive un mallorquín el fenómeno coronavirus y más desde una de las capitales más importantes de China.

La cronología

«Yo personalmente –comenzó diciendo– no tuve noticias del coronavirus hasta la primera quincena de enero de 2020. Por aquellas fechas se comentaba que se había producido un brote infeccioso de un nuevo tipo de virus en un mercado de la ciudad de Wuhan, en la provincia de Hubei, en el que se vendían animales exóticos vivos para el consumo humano. La infección, por lo tanto, se producía, en principio, del animal al humano, a la vez que se sospechaba que el origen se encontraba en una especie de murciélagos que habrían infectado a otros animales, de los que habría saltado a los humanos».

Según recuerda, a mediados de enero, los casos de infecciones eran pocos: el día 15, se contabilizaban 41 casos y 1 muerto, «pero cinco días después, los infectados ya eran 250 y seis los muertos, lo que evidenciaba que el virus había mutado, que se transmita entre personas y que los contagios aumentaban muy rápidamente».

El día 23 de enero –continúa–, ya con 830 casos contabilizados y 25 fallecidos, «las autoridades chinas toman la drástica medida de bloquear la ciudad de Wuhan, donde se concentra más del 90 % de los casos, poniendo en marcha un plan para evitar la propagación de la epidemia».

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«Pero llega el Año Nuevo chino –sigue–, en el que se producen unos 200 millones de desplazamientos con el fin de reunirse con sus familias, lo cual va a repercutir en la propagación, pese a que el Gobierno pidió a la gente que evitara las grandes celebraciones y los espacios públicos. A partir del 24 se toma la temperatura de la gente, notando, que cada vez las calles estaban más vacías. Mientras tanto, todo el mundo seguía las consignas del gobierno con naturalidad y resignación, pero sin pánico. A partir del día 30 se cierra el acceso a todas las universidades de China, entre ellas la mía, así como a todos los lugares públicos».

Carlos señala que faltando muy pocos días para la operación retorno, ya había 9.700 casos y 230 muertos. «Vivo encerrado en mi apartamento, del que solo salgo para comprar comida, ya que los mercados y tiendas de alimentación siguen abiertas, por lo que no faltan existencias. Y cada vez que salgo, me dan un papelito que devuelvo al volver, donde, además, se me toma la temperatura. El 6 de febrero se publica que en escasos días se han construido dos grandes hospitales en Wuhan para los afectados por la epidemia. Días después se construirán más de 10. Y es que el aislamiento de los afectados es clave para frenar la expansión del virus».

Llegado un momento, tiene la sensación de vivir en una ciudad aparentemente desierta. «Nadie en las calles, con todos los comercios cerrados, y la poca gente con la que me cruzo lleva mascarilla. El Gobierno pospone el fin de las vacaciones al día 10, pidiendo a la gente que no regrese si no es necesario. Alrededor del 10 de febrero, los controles de las comunidades de vecinos se vuelven más rigurosos, todo el mundo tiene ahora que registrarse en su comunidad y si está de vuelta, debe pasar dos semanas de cuarentena».

Pese a ello, las cifras crecen: 42.000 infectados y 1.017 muertos, la mayoría en Hubei y más concretamente en Wuhan. «El día 15, en Shanghái hay unos 200 casos, pocos, ya que tiene 30 millones de habitantes. Yo paso el tiempo en casa viendo películas, cocinando y hacienda ejercicio. A veces, con precauciones, me escapo a tomarme una cervecita con un amigo francés, Fred, en su pequeño bar, The Red Bar, a puerta cerrada.

Las claves

A partir del día 20, las cifras empiezan a mejorar en toda China, excepto en Wuhan. Poco a poco van abandonando los hospitales aquellos pacientes que se han recuperado. Y a finales de febrero, las estadísticas muestran cifras muy esperanzadoras. Los contagios caen en picado y las curaciones suben, sin embargo, las medidas de control se mantienen con el mismo rigor. Se quiere tener seguridad de que no habrá rebrotes.

Para Carlos, las medidas adoptadas que han salvado a Shanghái han sido las mascarillas, la higiene, el aislamiento de los focos de infección, tomar la temperatura de la gente, ponerse voluntariamente en cuarentena y una honestidad con las cifras y con los datos. «Las autoridades chinas han informado muy verazmente a sus ciudadanos así como a la comunidad internacional».