Retrato de Miquel dels Sants Oliver realizado por Ramon Casas en carboncillo y pastel en 1909.

TW
0

El 9 de enero de 1920 fallecía en Barcelona el periodista y escritor mallorquín Miquel dels Sants Oliver i Tolrà, a los 55 años. Nacido en Campanet en 1864, hijo de periodista, desarrolló su obra y su ímpetu vital y cultural en el ideal regeneracionista para intentar sacar a su sociedad del atraso ancestral que padecía.

Trabajó sin descanso por sus convicciones regionalistas y por su amor a la lengua catalana sectarismo hacia la castellana. Fue un hombre de instinto político conservador, sobre todo en los años finales de su vida, sin duda influenciados por los cambios revolucionarios que iban paulatinamente agitando los albores del siglo XX.

Cultivó el ensayo, fue un articulista fino, capaz de transmitir convicción y entusiasmo y desarrolló una obra de ficción fiel al costumbrismo de su tiempo, con ironía y desparpajo.
Vivió entre dos realidades. Amaba profundamente a Mallorca, con pasión y nostalgia simbólica, como dejó reflejado en su premiado libro ‘Poemes’ (1910). Pero era consciente de que donde mejor podía desarrollar su talento era en Barcelona, a donde se trasladó para dar lo mejor de sí mismo como periodista a partir de 1904.

Estudios de Derecho

En 1881 tuvo su primer y emocionante contacto con la Ciudad Condal para estudiar Derecho. Pero su vocación no eran los áridos libros de leyes sino la cambiante realidad de la España de la Restauración y del empuje del regionalismo. Allí se integró en la revista ‘Avenç’ junto a jóvenes impulsores del catalanismo moderado.

A su regreso a Mallorca fundó la revista ‘La Roqueta’, un intento de trasladar a la isla los valores de la autoconsciencia como pueblo diferenciado. Trabajó para varias publicaciones y fue director de ‘La Almudaina’ en sustitución de su padre. Pero topaba con una sociedad cerrada. Obras de ficción sarcástica como ‘L’Hostal de la Bolla’, ‘L’illa daurada’ o ‘La Ciutat de Mallorques’ exhiben una colectividad cálida, entrañable pero encerrada en su pasado y con escasa visión de futuro.

En 1904, Oliver se trasladó a Barcelona con el apoyo del poeta y amigo Joan Maragall. Se hizo cargo de la biblioteca del Ateneu, intenso foco de actividad intelectualidad, e ingresó como redactor del Diario de Barcelona, donde destacó por un empuje y claridad de ideas. Tanto, que dos años más tarde ya era su director.

Era una época frenética y apasionada, con el empuje del movimiento político Solidaritat Catalana por un lado mientras por el otro crecía el anarquismo, que culminó en 1906 con el atentado en Madrid contra Alfonso XIII por parte de Mateo Morral, revolucionario de Sabadell.

En aquel mar de contradicciones, Oliver dejó Diario de Barcelona y se integró en La Vanguardia, primero en su equipo de dirección y luego como director único a partir de 1916. Dio una lección de dignidad profesional al abogar porque los partidos políticos influyesen lo mínimo posible desde sus ópticas partidistas. No obstante, su afinidad con la Lliga Regionalista de Cambó era indudable.

Con la madurez, Oliver fue evolucionando ideológicamente. Si a su llegada a Barcelona fue uno de los fundadores del Institut d’Estudis Catalans, con el tiempo fue acercándose a posiciones mauristas. Admiraba el tenaz esfuerzo del mallorquín Antonio Maura por emprender en España un cambió desde arriba que, a la postre, acabaría en fracaso. El desastre que supuso la sangrienta Semana Trágica de Barcelona (1909) fue decisivo en el giro ideológico de Oliver.

Fiel a sus ideales

Miquel dels Sants Oliver jamás abandonó sus ideales regionalistas, que ya había expresado en su ensayo ‘La cuestión regional’ (1899). También era clarividente ante el futuro inmediato y así lo expresó en ‘Entre dos Españas’ (1906), el ‘Caso Maura’ (1914) y ‘La herencia de Rousseau’ (1919).

Falleció de forma prematura y no pudo vivir los intensos y conflictivos años de la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República que vendrían después.

Recobrada la democracia tras la muerte de Franco y una vez que llegó la autonomía a Balears en los años ochenta, el legado de Miquel dels Sants Oliver mostró de nuevo su vigencia. Diferentes presidents balears, desde Gabriel Cañellas a Francina Armengol, y pasando por Cristòfol Soler y Francesc Antich, han tenido muy claro que la defensa de la cultura, la lengua y la personalidad propias del Archipiélago eran cuestiones fundamentales para afrontar el futuro.

En el actual autogobierno isleño se demuestra que el empuje de Oliver aún late. Y que si hace un siglo se hubiera construido aquella España descentralizada que anhelaba la Lliga Regionalista de Catalunya que él tanto defendió, tal vez ahora el Estado español no padecería muchas de sus actuales zozobras.