Laura Martín es una de las impulsoras del movimiento la Revolución Delirante. | Pere Bota

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Reivindica la locura como una forma de experiencia de cada persona. «Lo que no admito es que llamen enfermo a alguien que sufre de forma diferente». Laura Martín (Granada, 1981) propaga la Revolución Delirante, un movimiento que ayudó a crear en España y que ha recalado en Sant Llorenç de la mano de la asociación 3 Salut Mental, y con motivo del Día Mundial el próximo día 10.

—Su visión de la psiquiatría es poco convencional ¿en qué consiste la Revolución Delirante?
—Es un movimiento que iniciamos varios profesionales de salud mental en Valladolid, donde nos formábamos, y que se opone a la visión cada vez más hegemónica de una psiquiatría basada en entender que el sufrimiento humano poco común es fruto de una enfermedad que hay que reparar.

—¿Cree que el concepto de enfermedad psiquiátrica es erróneo?
—Es el que funda la disciplina psiquiátrica a mediados del siglo XIX pero cada vez se ha circunscrito más al ámbito biológico. Creen que hay algo en el cuerpo que falla y debe corregirse mediante el fármaco y la terapia. Esto es lo que domina la psiquiatría desde sus inicios pero ahora el peso de las farmacéuticas es más acuciado.

—Alrededor de un 15 % de la población balear toma ansiolíticos o antidepresivos ¿cree que está relacionado?
—Hay dos movimientos paralelos. Uno centrado en la enfermedad mental grave que es lo que se intenta reconducir a lo que consideran que es la normalidad. Al principio lo hicieron encerrándolos en manicomios, y ahora aparecen los manicomios encubiertos en forma de pisos tutelados, residencias o el más peligroso: el diagnóstico. Estar diagnosticado de una enfermedad grave implica que toda tu vida tendrás un trastorno que se define como algo crónico y unido a términos como minusvalía, dependencia, u otros que añaden para que reciban ayuda. En el segundo gran bloque está la intolerancia a no estar bien y el supuesto derecho a estar bien. Con la precariedad que hay ahora en la sociedad actual, la única forma que ve la gente de salir del hoyo es estando ansioso para cambiar algo o deprimirse y parar. A eso también se le ha calificado de enfermedad. En vez de hacer un diagnóstico social, se hace uno individual.

—¿Negáis un tratamiento farmacológico?
—Ni negamos el sufrimiento, ni la ayuda, pero se puede dar de muchas formas. Soy psiquiatra y utilizo los fármacos pero como una forma de regular el nivel de angustia para que la persona pueda trabajar y siempre la mínima dosis posible y el mínimo tiempo posible sin creerte lo que digan los laboratorios.

—¿Relaciona la psiquiatría con la política?
—Sí, porque es una forma de control de social, ya que dependiendo de dónde ponga la línea uno está loco o cuerdo, deprimido o sólo triste... Cada vez la forma de diagnosticar depresiones es más amplia.

—¿Tienen que existir los hospitales psiquiátricos?
—Hay muchos lugares sin éstos y sin unidad de agudos que han demostrado que no hace falta.