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La escena es digna de una gran película de acción. Estamos en el centro de Madrid, donde actualmente se está terminando de construir y restaurar el gran complejo Canalejas, en la calle de Alcalá confluencia con la calle de los Peligros. Por aquí pasaba cada, tras dormir en una pensión de la calle Aduana, el poeta Costa i Llobera cuando estudiaba Derecho en la Universidad Central de Madrid (1875-77).

En uno de los laterales de la calle estaba la pastelería La Mahonesa, propiedad de Perico ‘el Mahonés’, amigo de Galdós, que era la más selecta de Madrid en la segunda mitad del siglo XIX. Y en la esquina, desde 1870, estuvo el Café de Fornos, adonde acudían Azorín, Baroja y Menéndez Pelayo.

La actual calle Virgen de los Peligros confluencia con Alcalá, donde se produjo la feroz lucha entre los franceses y Cristòfol Oliver.

Pues bien, vayamos a principios del siglo XIX. En la calle de los Peligros había una posada en la que estaban hospedados en mayo de 1808 varios nobles levantinos y el barón de Benifayó, a cuyo servicio estaba quien había sido soldado del Regimiento de Dragones del Rey, el mallorquín Cristòfol Oliver. Enterado de los altercados y algarabía de la calle, Cristòfol, raudo, salió de la posada con un espadín, mató a varios soldados franceses «al arma blanca», y seguía y seguía hasta que se le rompió el espadín y se quedó en la mano solo con la empuñadura. Entonces, sin ayuda, rodeado de franceses, lo mataron.

El mallorquín estaba en Madrid porque acompañaba al barón de Benifayó y a otros personajes de alcurnia que se habían desplazado desde Valencia para la proclamación del rey Fernando VII. Esta celebración terminó como el rosario de la aurora, con el famoso baño de sangre del dos de mayo.

El rey ‘felón’ Fernando VII.

Algunos datos de Oliver han sido localizados por Ultima Hora en el Archivo de la Villa de Madrid. Fueron los nobles a los que servía, y que se quedaron quietos, los que certificaron su heroicidad. Oficialmente no recibió ningún reconocimiento o ‘pretensión de gracias’. Alguien solicitó en su nombre las mismas (que incluían pensión y medalla para su descendiente directo), pero en 1817 se desestimó. Firmó el documento un tal Bringas y Reinate. La gloria suele ser efímera y la burocracia en España era como ahora, imposible.