La mujer, al parecer de origen rumano, cual numantina defiende su derecho a estar ahí. | Julián Aguirre

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Se llama Ana, o al menos así la llamó la vecina de Pere Garau que nos advirtió del estado deplorable en que se encontraba. Comerciantes y vecinos de la barriada reclaman soluciones para esta mujer, al tiempo que expresan su preocupación por su estado de salud. Desde hace meses vive en la acera y frente a la puerta de lo que fue Pensión Baleares, en la plaza de las columnas.

Ana, que lleva un sombrerito de color fresa, está sentada en una silla, y a su lado se apilan bolsas conteniendo no se sabe qué cosas y algo de comida. A ello, súmenle el olor a orín rancio, pues otro lugar no tiene para hacer sus necesidades que la acera, entre otras cosas porque tiene la pierna derecha bastante deteriorada y mal cuidada. Y parte de ella, y el pie, metidos en una bolsa de plástico. «Para mí que está gangrenada, o si no, a punto de estarlo», nos dice la vecina que nos acompaña.

Ana, para demostrar que está bien, da unos pasos, cojeando, y enseguida se vuelve a sentar. Nos mira, coloca su mano sobre su blusa de color negro y nos dice que nos la vende.

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Hace algo más de un año, Ana, que vivía en Son Gotleu, iba a diario desde su casa a la Plaça d’Espanya arrastrando más de media docena de bultos. Lo hacía por etapas. Arrastraba uno o dos de esos bultos durante 200 metros. Los dejaba sobre la acera e iba a bucar otros dos y repetía el camino. Y eso hasta que lograba trasladarlos todos. Entonces, también por etapas, avanzaba otros metros, y así hasta que llegaba a la Plaça d’Espanya. Y por la tarde, para regresar a su casa, lo mismo. ¿Se imaginan lo que era eso?

A Ana le preguntamos si necesita ayuda y, de forma tajante, responde que no. Que ella vive gracias a los periódicos que vende, y que pronto le darán una casa «ahí arriba», dice, señalando hacia la parte alta de la pensión. Y de esas no la sacamos. Y si insistimos, se mosquea y termina pidiéndonos a gritos que nos marchemos, y si no lo hacemos, eleva más la voz, y ahora en rumano, insiste en que la dejemos en paz, que ella está feliz allí, que no molesta a nadie, etc., etc. Pero lo cierto es que ese no es el lugar para que un ser humano, y más en el estado de deterioro físico y mental en que se encuentra. Malo, por no decir muy malo, que siga viviendo ahí. Por eso, que sea a quien corresponda, quien decida. Ella tiene derecho a vivir libremente, pero no así, ni ahí, ya que por encima de ese derecho está la dignidad. Por eso alguien, a fin de evitar mayor deterioro y que su autodestrucción llegue al no hay vuelta atrás, debe intervenir.

«Yo la conocí vendiendo diarios en la Plaça de Pere Garau –nos cuenta la vecina que nos ha llamado–, de donde, y no se por qué, la echaron. A partir de ahí, fue deteriorándose, hasta ahora, que ya ve cómo está», nos dice.

Comerciantes y vecinos de Pere Garau piden a las administraciones que tomen cartas en el asunto, pues sospechan que «la salud e incluso la vida» de esta mujer corren peligro.