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Ruanda, 6 de abril de 1994. Empieza el último gran genocidio de esta época, donde varios centenares de miles de personas fueron asesinadas en unos pocos meses. Las informaciones internacionales cifran las muertes en más de 800.000, la mayoría de la etnia ruandesa tutsi –la casta dominante durante siglos–, pero muchos expertos aseguran que no fue un genocidio orquestado por la etnia hutu, ya que una gran parte de los asesinados pertenecían a este colectivo.

Joan Carrero, presidente de la Fundació s’Olivar, tuvo mucho contacto con personas de Ruanda para, dentro de las funciones de su entidad, intentar arreglar la brecha tras las matanzas. Explica que «tras muchas investigaciones, las conclusiones es que de los más de 800.000 asesinados, la mayoría eran hutus, porque solo había cifrados unos 300.000 miembros de etnia tutsi».

Carrero asegura que muchos medios internacionales ponían imágenes de hutus asesinados identificándolos como tutsis como un «modo de criminalizar al Gobierno y ponerle el calificativo de radical, que no lo era». El presidente de la ONG proafricana explica que el genocidio fue a causa de una «revuelta civil», dada la tensión que se vivía en el país.

Rwanda marks the 25th anniversary of the genocide

Carrero comenta además que la primera vez que representantes de hutus y tutsis relevantes se reunieron fue en la primera edición del diálogo interruandés celebrado en la finca de S’Olivar: «Se intentaba tratar y explicar lo que había pasado, cómo fueron los hechos, cómo se llegó a ese punto. Se vivieron escenas muy duras, pero se veía el anhelo de construir una Ruanda diferente».

Dina Martínez, miembro del Instituto Secular Vita et Pax, estaba en Ruanda cuando empezó el genocidio: «A final de los años 70 comencé a trabajar como enfermera en un barrio de Kigali, la capital de Ruanda. Desde el año 1990 el país ya vivía una situación muy difícil».
Asegura que, a principios de abril, «una compañera ruandesa, que era la jefa de personal, me designó ir en su lugar a unas reuniones que se realizaban cada año. Éramos tres españolas y nueve ruandesas. La noche del seis de abril comenzamos a oír ruidos. A la mañana siguiente vimos militares por las calles, oíamos tiros y vinieron a por mis compañeras. Nos dijeron que a los africanos les iban a meter en otro lugar. Mataron a ocho de mis compañeras y yo ya no pude volver a mi casa».

Desde allí, Dina Martínez intentó volver al centro de salud para ayudar a los heridos, pero la obligaron a regresar a España. «Volví unos meses después, y a veces pienso que gracias a que mi compañera ruandesa me designó para ir a la reunión, ella sigue viva». La enfermera asegura que «mataron a mucha gente, hutus y tutsis. En Ruanda se realizaron muchas matanzas».

Josep Amengual, superior del Monestir de la Real, estuvo en Ruanda antes y después del genocidio. «A finales de 1993 se decía que lo que había pasado en Somalia sería una broma en comparación a lo que pasaría en Ruanda, y así fue». A pesar de que él no estuvo en abril, tenía muchos conocidos mallorquines, la mayoría ya fallecidos, que estaban de misiones. «Intentaba contactar con ellos; cuando se orquestó la salida muchos nos decían que solo saldrían si lo hacían los nativos, que no querían dejar a los jóvenes allí».

Muchos mallorquines vieron de cerca estas matanzas, y todos coinciden en una cosa: presenciaron un episodio trágico en la memoria de Ruanda.