Francesc Julià fundó la sombrería Casa Juliá en el año 1898, | M. À. Cañellas

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Francesc Julià fundó la sombrería Casa Juliá en el año 1898, en un momento en el que este negocio estaba en auge. Desde entonces, no ha cerrado ni un día. Actualmente está al frente del negocio la cuarta generación, Silvia y Daniel Estela. «Yo quiero mucho el negocio, hay 120 años de historia», confiesa Silvia, que recuerda que en 1903 se celebró la Exposición Balear y su bisabuelo ganó la medalla de plata de Cort por la elaboración de sombreros en las firas y fiestas de Palma.

Cuando comenzó la Guerra Civil dejó de llegar material y tuvieron que cerrar la fábrica, que se encontraba en la parte superior de la tienda, e intentar subsistir con lo que tenían. Silvia cuenta como su bisabuelo hacía trueque y cambiaba con los payeses huevos y otros alimentos por sombreros; destaca los esfuerzos que tuvieron que realizar para lograr que la sombrería no tuviese que cerrar. Cuando mejoró la situación, su bisabuelo se puso en contacto con otras fábricas de España para que le mandasen sombreros y no volvió a abrir la suya. Actualmente, el 90 % de sus productos son españoles. Ella misma los selecciona uno a uno y los vuelve a revisar cuando los recibe.

Silvia y su hermano han crecido en la sombrería, aunque la condición que le pusieron sus padres es que estudiasen y tuviesen otras profesiones; ambos lo hicieron, pero cuando sus padres se jubilaron asumieron las riendas del negocio.

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La sombrería ha logrado sobrevivir a varias crisis: la del Petróleo; la de la droga, que afectó al casco antiguo; la de los centros comerciales que aún arrastran..., pero nunca se han planteado cerrar, aunque «ha habido muchos motivos». Los clientes les piden que no cierren y ellos les invitan a comprar porque «no somos monumentos a visitar». Silvia explica que «tener un negocio es pasar pena por todo, pero asumes el riesgo». Pese a las dificultades, asegura que «estamos más vivos que nunca porque nos hemos adaptado, no podemos quedarnos atascados en el pasado. Sin perder lo de antes tienes que tener lo actual par atraer público jóven». Para conseguirlo tiene que viajar y estudiar qué se lleva para traerlo a la sombrería. «Que tengamos muchos años no quiere decir que seamos antiguos».

Las tradiciones son muy importantes para ellos y han logrado recuperar el sombrero típico de Mallorca gracias a bocetos antiguos. Además, confiesa que le emocionan las historias que le cuentan los clientes de toda la vida. Una de las más repetidas es que el tranvía pasaba por la calle Sindicato, que antes se llamaba de la Capelleria porque estaba llena de sombrerías, pero ahora señalan que son los únicos que quedan en Mallorca. «Somos el recuerdo de lo que fue la época en la que todos llevaban sombrero, que distinguía la clase social de una persona».

Entre sus clientes hay locales y turistas, así como personalidades muy destacadas de las que no quieren desvelar sus nombres. Lamenta que los turistas valoren más la sombrería que los mallorquines.