El arzobispo Luis Ladaria ofició la Eucaristía en Els Dolors de Manacor con Andreu Genovart. | Redacción Part Forana

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Momentos antes de recibir el capelo y el anillo cardenalicios que lo convertirán en elector del próximo papa, el arzobispo mallorquín Luis F. Ladaria (Manacor, 1944) afirma que su objetivo consiste en «trabajar en silencio y con tranquilidad» sobre «los muchos asuntos por estudiar».

Añade que «tenemos muchos temas que tratar, hay que estudiarlos bien, prepararse bien, y hay que pensar y reflexionar sobre ellos». No especifica cuáles son, pero siguiendo las directrices del papa Francisco, Ladaria diseña la línea teológica y doctrinal de la Iglesia católica y gestiona, siempre discreto, el ecumenismo y la comunión a los matrimonios católicos y cristianos, como plantea el clero alemán.

«Son -reflexiona- señales de que la Iglesia avanza siempre y va siempre adelante». El neocardenal valora y destaca el impulso dado por el papa Bergoglio «que ha traído un aire nuevo, de mucho gozo y de mucha esperanza».

Reclamado por todos los medios de comunicación y con peticiones de entrevistas que se acumulan sobre su austera mesa de trabajo en el Vaticano, Ladaria Ferrer mide, hoy más que nunca, cada una de sus palabras. Sabe -tras haber sido nombrado en julio pasado prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe- que sus declaraciones son escrutadas al milímetro, comentadas, valoradas, analizadas e interpretadas. Y esto es lo que evita el teólogo y jesuita de Manacor que hoy será creado cardenal. Rehúye los temas polémicos, intuye y evita la controversia.

Amable, próximo y con una sonrisa que atrapa y desconcierta al mismo tiempo al interlocutor, Ladaria admite que esperaba el nombramiento como purpurado: «naturalmente estaba ya en una función que prácticamente era una posibilidad con la que tenía que contar. Todos mis predecesores en la historia [refiriéndose a los prefectos el dicasterio para la Doctrina de la Fe, el antiguo Santo Oficio] han sido cardenales».

Quien se define a sí mismo como «un humilde profesor de Teología» declara en Roma que «hay que aceptar lo que el Santo Padre nos pide y hacerlo con alegría y con gozo».