Curtits Bonet se dedica a la venta de complementos para el calzado, de maquinaria y complementos para su reparación, así como de pieles de decoración, como alfombras, o pieles de ortopedia. | Jaume Morey

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Curtidos España abrió sus puertas en 1955 de la mano de Vicenç Bonet. El comercio estaba ubicado en la plaza de la Quartera, pero en 2008, se trasladó a la plaza dels Hostals. Años antes, en los 90, cuando el fundador se jubiló sus hijos, Joan, Xisco y Vicenç, tomaron las riendas. «En ese momento, mis dos hermanos se fueron a Inca, donde teníamos un almacén, y se dedicaron a un negocio aparte, aunque dentro del mismo ramo, y se llevaron el nombre de Curtidos España. Yo me quedé en Palma y seguí con el establecimiento que fundó mi padre, que en ese momento empezó a llamarse Curtits Bonet», rememora Joan, actual propietario del establecimiento.

Curtits Bonet se dedica a la venta de complementos para el calzado, de maquinaria y complementos para su reparación, así como de pieles de decoración, como alfombras, o pieles de ortopedia. «En definitiva –explica Joan–, basamos nuestra venta en los pocos artesanos que quedan que trabajan la piel, incluidos los zapateros remendones, a los que suministramos el material que necesitan». El comercio también está abierto al público. Ahora, afirma Joan, «está muy de moda, por ejemplo, vender bolsos por internet y vienen muchas chicas buscando material para hacer las asas con piel; es decir que somos como una mercería pero dentro del ramo de la piel».

En los años 60 y 70, recuerda, «se llevaban mucho las prendas de piel y se hacía toda en Mallorca, nosotros distribuíamos esta piel a las fábricas. Hasta se llevaba a los turistas en autobuses a comprar chaquetas o cazadoras de piel». Actualmente, lamenta, «aquí en Palma ya no queda ninguna fábrica de curtidos, casi todo viene de fuera manufacturado, principalmente de Catalunya y el sur de Francia, porque ya no están tan de moda las prendas de piel, una moda que también está olvidando el calzado de piel».

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Cuando Vicenç Bonet abrió su local «había por la zona más de una docena de negocios similares y hoy día somos el único que queda en Palma», resalta Joan, para quien la razón «está, probablemente, en que hemos sido más perseverantes y nos hemos intentado ajustar a las demandas de los clientes, e intentamos ir a ferias y ver lo que se va a llevar y los que nosotros podemos aportar».

La peor época del comercio fueron los años 80 y 90, asegura, «cuando la gente no quería ni entrar en el casco antiguo de Palma porque la droga lo invadía todo». Hoy día, «el negocio va bien, no nos vamos a quejar», dice. Joan cree que podrá seguir existiendo una vez que él se jubile, «pero dependerá, de nuevo, de la moda, si vuelve por ejemplo el calzado de piel, de lo contrario será difícil».

A nivel internacional la situación «es similar», reconoce, «aunque en ciudades como Londres o París aún hay un reconocimiento hacia el zapato artesano y aquí ya no, las fábricas de calzado están cerrando todas». Asevera que por su parte «hay una parte de sentimentalismo» en haber seguido en este negocio «y también lo hago por mi padre».