Juan Serra es el actual propietario de la Rellotgeria Catalana, un establecimiento con más de 65 años de antigüedad ubicado en el casco histórico de Palma. | M. À. Cañellas

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Casi 50 años de oficio avalan a Juan Serra, actual propietario de la Rellotgeria Catalana, un establecimiento con más de 65 años de antigüedad ubicado en el casco histórico de Palma. Venta, reparación, restauración... en este negocio se atreven con todo lo que tenga que ver con los relojes.

A pesar de que en Palma llevan en activo desde el año 1952, la familia Serra ya estaba en el oficio desde mucho antes, concretamente desde 1915. José Serra, el padre del actual propietario del negocio, abrió la primera Rellotgeria Catalana en este año, en el municipio Barcelonés de Berga. «Mi padre era mecánico tornero, pero puso la relojería. Vinimos a Mallorca cuando yo tenía un año, y abrió la tienda aquí». En los inicios del comercio, la familia Serra vivía en la parte de atrás de la tienda y el propietario asegura que «llevo tantos años aquí que ya es costumbre, no puedo ni recordar la primera vez que entré a la relojería».

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En 1990, los propietarios acometieron una reforma en todo el local. A pesar de que cambiaron todo, siguen manteniendo el estilo clásico y lo que sí conservan es «toda la herramienta antigua de trabajo». El propietario explica con pena que «el oficio de relojero se está perdiendo. Era una profesión que se solía pasar de padres a hijos, y se tarda en aprender». Tampoco quedan muchas escuelas, según el propietario sólo hay una activa en Barcelona y son «cinco años de estudio, tres generales y dos de especialización, como una carrera».

Una de las cosas que más critica Serra es la ya famosa obsolescencia programada. Asegura que «cada vez es más complicado trabajar porque ahora los relojes se hacen para que no duren mucho. Antes un reloj te duraba dos vidas, y cuando digo dos vidas son dos vidas. Después, se reparaba y te podía durar otros 50 años más tranquilamente. Las calidades de ahora hacen que los relojes de hoy en día no pasen de diez años».
Sus clientes son de todo tipo, ya que, como bromea Serra, «reloj lleva todo el mundo, y aquí hacemos desde una restauración de un reloj antiguo hasta cambios de pila». Ahora, a pesar de la crisis, lo tienen más fácil que hace unos años porque el contexto del barrio ha cambiado: «Hemos pasado años muy malos, en los 70 y 80 había mucha droga y la gente tenía miedo y no venían, a pesar de que nunca ha pasado nada».

Aunque el barrio se ha revalorizado, Serra explica que «por esta concepción nueva de Palma, de hacerlo todo peatonal, los comercios se van muriendo y todo son souvenirs para turistas. Pero claro, ¡si alguien tiene un reloj grande que reparar tiene que dejarlo en la puerta de la tienda!». El comerciante asegura que ve «muy bien esta iniciativa de establecimientos emblemáticos, y las instituciones tienen que buscar soluciones que ayuden al pequeño comercio, es lo que da carácter. Para irte a una ciudad y ver franquicias, mejor no te mueves».