El expresidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont. | Carlos Rey

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No parece que vayan a salir adelante las pretensiones de Carles Puigdemont. Quiere presidir en Bruselas un 'consell de la República' asentada sobre una asamblea de representantes de la que deberían formar parte cargos electos y representantes de la sociedad civil. Toda una corte a su servicio en la capital de Europa. La CUP ya se ha desmarcado y personas muy próximas al 130 president de la Generalitat ya le están aconsejando que dé un paso a un lado. Pero Puigdemont persevera. En circunstancias normales este montaje bruselés estaría condenado a marchitarse de manera acelerada a media que arrancase en Barcelona un nuevo president y un nuevo Govern de la Generalitat.

Pero las circunstancias no son normales y ésta, obviamente, es la única carta con la que cuenta Puigdemont. En primer lugar habrá que ver si Rajoy retira el artículo 155 y permite un desarrollo normal del nuevo ejecutivo autonómico. Y, sobre todo, queda por celebrar el macrojuicio contra los líderes independentistas que protagonizaron el intento de ruptura del pasado otoño y que, según todos los indicios, tendrá lugar a finales de este año. Esta es la única tabla de salvación de Puigdemont si se internacionaliza el conflicto, si hay resolución del comité de detenciones arbitrarias de la ONU sobre el encarcelamiento de cuatro líderes catalanes y, sobre todo, si de una manera o la otra interviene el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, sea por el fleco que sea de este proceso.

La única esperanza de los independentistas es la entrada en liza de organismos internacionales. Por eso Puigdemont se agarra a una tabla ardiendo. Por eso el soberanismo mide cada uno de sus pasos hasta el milímetro intentando solventar sus indisimuladas contradicciones internas.

El conflicto catalán se marchitará o permanecerá latente en virtud de si se produce (y en qué medida) una implicación internacional. A ello hay que añadir las contradicciones política internas en Madrid. El Gobierno Rajoy está ahora mismo prácticamente bloqueado por el deterioro de sus relaciones con Ciudadanos. Mientras, Pedro Sánchez ya está sutilmente tomando posiciones de cara a un adelanto electoral que intentará forzar si el PP no puede sacar adelante los presupuestos del Estado.

Este contexto puede beneficiar a Puigdemont aunque la política catalana le vaya dejando de lado poco a poco. Seguirá políticamente vivo si el PP quiere mantener la política de mano dura con la Generaliat aunque los catalanes deseen volver a la senda autonómica. Y un ambiente de internacionalización combinada con el bloqueo del Gobierno de Madrid y posibilidad de adelantar elecciones, sólo anuncia confusión y futuro incierto. A Puigemont sólo le queda resistir porque ahora mismo no está claro hacia donde soplará el viento. Lo lógico es que desde Barcelona convenzan al 130 president que sus delirios de crear este 'consell de la República' presidido por él no tiene sentido. Pero el pulso no se ha resuelto todavía.