El presidente de la Generalitat Carles Puigdemont. | A.G.

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Este jueves de pasión, por fin, el zorro de Pontevedra ha enseñado todas sus cartas. Jamás tuvo intención de llegar a un acuerdo con un desesperado Puigdemont, al que había puesto delante de las narices la zanahoria de que si convocaba elecciones autonómicas no aplicaría el artículo uno-cinco-cinco. Todo era una trampa calculada. Rajoy ha logrado que Puigdemont se arrastrase renunciando a la declaración de independencia, enfrentándose a los suyos para pasar a convocar comicios autonómicos el 20 de diciembre. Quedaba como un cobarde. Pero era la solución lógica, la que esperaban PSOE y Podemos (incluso Ciudadanos).

Puigdemont, para salvarse, estuvo este jueves a un pelo de disolver la cámara catalana, a sabiendas de que era su final político. Pero no le importaba si con ello evitaba el desastre. Durante varias horas, se ha humillado como jamás lo había hecho ningún presidente de la Generalitat. Jamás. Perdió la dignidad que incluso en las circunstancias más duras mantuvieron Macià, Companys, Tarradellas, Pujol y Mas. Puigdemont sólo pedía un pacto que le salvase de la cárcel a él, a sus directos colaboradores, a Trapero y a los Jordis. Se creyó el tam-tam que llegaba de Madrid de que si desistía de proclamar la independencia todo se solucionaría. Era una trampa. Era la ley del cine. El Gran Padre Blanco volvió a tomar el pelo y las plumas al gran jefe Toro Sentado. Ahora Puigdemont está de rodillas y despreciado incluso por los suyos. Mientras, la apisonadora del uno-cinco-cinco avanza implacable.

¿De verdad se creyó Puigdemont que Rajoy dialogaría, negociaría y pactaría una salida? Sí. Muchos otros lo pensaron. Era puro sentido común en un conflicto político. Pero los hechos demuestran que Rajoy le ha hecho la pirula a Puigdemont. Nueva doctrina, extraída de la España imperial de antaño: 'El Estado no pacta con inferiores ni con lacayos'. El verdadero fondo de este drama no es Cartalunya, a la que 'todo el peso estatal' acuartelará muy pronto. El auténtico objetivo es el título VIII de la Constitución. Y si no, al tiempo. Rajoy no podía aceptar unas autonómicas catalanas en menos de dos meses. Los independentistas , con TV3 y la Generalitat a su lado, habrían vuelto a ganar. Pero con la televisión autonómica, los Mossos y el aparato administrativo autonómico en manos de Moncloa y, sobre todo, con el garrote de que en el Principat habrá pronto 'imputables' acobardados en todas partes, Rajoy puede convocar cuando más de convenga. Tiene 'seis meses prorrogables' de margen. Y necesita tiempo porque su partido apenas cuenta con el 8% de los votos en Catalunya.

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¿Cómo lo ha hecho? Ha dejado avanzar a Puigdemont durante meses y meses mientras le aplicaba política de tierra quemada a su alrededor, negándole diálogo y calor humano. Es lo mismo que le pasó a Napoleón en la campaña de Rusia de 1812. Kutúzov le dejó avanzar, avanzar y avanzar...mientras destruía las granjas y labrantíos por donde pasaba. El socarrón general Kutúzov decía: «Te comerás tus propios caballos». Y así fue. Rajoy ha permitido que Puigdemont y su 'procés' avanzasen y avanzasen mientras le cerraba los caminos de Europa, hacía crecer desde el poderío mediático madrileño la catalanofobia en toda España y preparaba el terreno para la Fiscalía General del Estado. Hasta hace pocas semanas nadie avisó de delitos de sedición y de grandes penas de cárcel a los independentistas. Creían que hacían política mientras les colocaban los barrotes a su alrededor, sin advertirlo ni advertirles. De repente, se han convertido en carne de Código Penal.

Puigdemont estaba condenado a desistir por agotamiento y miedo. Creía que aún mantenía la iniciativa de la última carta política (elecciones autonómicas). Pero era falsa. Con o sin declaración efímera de independencia, Rajoy empujará a todos los responsables soberanistas hacia el castigo y los jueces.

¿Porqué Rajoy ha sido tan implacable? Mira lejos. La respuesta está en las Cortes constituyentes en aquel ¿lejano? 1978. Sólo un partido puso pegas a la Constitución que apoyaron desde la UCD de Suárez al PC de Carrillo, y pasando por el PSOE de Felipe. Los malos humores se cocían en Alianza Popular, que unos años después pasó a llamarse Partido Popular. Algunos diputados de AP no votaron la Constitución. Entre ellos, fue muy sonada la intervención del exministro de Franco Federico Silva Muñoz, que atacó con dureza el título VIII (el Estado de las autonomías). Silva era el padre de Marta Silva Lapuerta, que fue nombrada por Rajoy abogada general del Estado, cargo que ocupó hasta finales de 2016. Mata Silva es también la sobrina de Alvaro Lapuerta, extesorero del PP implicado en Gürtel y otro de los diputados de AP que en 1978 no votó a favor de la Carta Magna.

¿Es el final de Puigdemont y de su procés, ahogados en acusaciones penales, el principio del desdibujamiento (al menos en la práctica) del título VIII tal y como lo conocemos ahora? Ahí está una de las claves. De momento Urkullu ya parece inquieto y preocupado. Por su parte, el PSOE de Pedro Sánchez parece calculadamente ambiguo. Y en cuanto a Puigdemont, Mariano se ha burlado de él y de su gente hasta lograr que se peleen entre sí condenándoles a todos al harakiri y a la implacable intervención de su histórica autonomía. La Generalitat será un juguete en manos de Madrid. Se trata de una institución que comenzó a funcionar en el siglo XIII, que recibió un golpe feroz en 1716 con el Decreto de Nueva Planta, que volvió a levantarse y que ahora parece encaminarse hacia una nueva etapa oscura de su historia. Mariano les ha dejando crecerse y luego les ha despedazado, con o sin declaración simbólica de independencia.