Mariano Rajoy durante su declaración. | POOL

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Contemplar el cínico y hasta socarrón testimonio de Mariano Rajoy ante el tribunal que investiga la financiación irregular del PP ha sido un baño de realidad para un pueblo forjado a lo largo de centurias en los juegos de manos de las apariencias, donde lo último que importa es la verdad. Lo fundamental es lidiar al toro y salir vivo del ruedo, entre clarines y pañuelos. La verdad molesta, es sinónimo de mala educación. Lo que vale es el colorido, la parafernalia de la fiesta brava.

Los políticos no son otra cosa que el espejo del pueblo al que representan. Son su reflejo. Por eso salen elegidos. Y un pueblo forjado en el cinismo disfruta cuando la verdad burlada y, al final, hasta escarnecida por la pericia del diestro.Por eso Rajoy es un líder de masas, conoce la arquitectura mental de una sociedad que ha soportado viirulentas exhibiciones de reaccionarismo fanático a lo largo de su historia. El cinismo es supervivencia. El cinismo es la auténtica marca España. Aquí, salvarse como sujeto o como sociedad es transformar la verdad en caricatura.

Todo empezó allá por 1482, cuando poco antes de la unidad de los Reyes Católicos, se fundó la Santa Inquisición, maquinaria implacable de persecución de herejes, heterodoxos, librepensadores y demás 'ralea'. En aquellos tiempos negros sólo había una forma de salvarse: abrazar el cinismo, fuese para dominar si se pertenecía a la clase dirigente, o para al menos respirar y comer, si se era pueblo llano. Ya lo escribió Menéndez Pelayo, uno de los grandes hijos del cinismo: «España, luz de Trento; espada de Roma; martillo de herejes; cuna de Sant Ignacio...o somos eso, o no somos nada». Es decir, milagreros, dominantes y machacones. Con los míos con razón o sin ella. En la práctica, cínicos. Burladores de la verdad para seguir viviendo. Y así hemos rodado a lo largo de siglos. Cualquier intento de cambio progresista, cualquier esfuerzo, revolucionario, cualquier empuje de transformación social siempre ha sido aplastado por un reaccionarismo furibundo y cerrado, cargado de cinismo. Por eso no somos, ni jamás, seremos, ni la República francesa, ni la gran república norteamericana.

Eso nos enseñaron respecto a nuestra historia: la revolución liberal de 1868 fue 'un desastre'; el intento de construir la república federal en 1873 fue 'un caos'; la Segunda República fue 'una catástrofe'. Estos intentos de cambio revolucionario han quedado enterrados porque sus líderes cometieron el peor de los pecados: quisieron avanzar con la verdad por delante. Reclamaron a su pueblo que enterrase el cinismo. Quisieron que su mano izquierda supiera lo que hacía su mano derecha. Intentaron ir de frente...y se estrellaron. El reaccionarismo, envuelto en la forma del franquismo, que no es otra cosa que el cinismo en su máxima expresión, nos sometió a otros cuarenta años de fachada, doble moral y verdad diluida en el cloroformo de la doblez. Y el franquismo no murió con la caída del dictador, sino que se fundió con los demócratas, que sacaron la cabecita tras cuatro décadas de catacumbas, y ya estaban inyectados de cinismo para sobrevivir.

Y ese es el sistema que tenemos en la actualidad. Donde el cinismo, y no la verdad, es el año y señor. Rajoy nos ha dado este miércoles una lección magistral de como usarlo. Un inolvidable master de dos horas ante un tribunal. Veamos: Primero fue jefe de campaña del PP y luego el presidente del partido, pero 'no sabía nada' de cómo se financiaba su formación. Nada de nada. Para eso existía un equipo económico que prácticamente no rendía cuentas a nadie. ¿Alguien se lo cree? Absolutamente nadie. Pero eso no importa. Lo que cuenta es la dosis de cinismo de cada una de las respuestas de Rajoy. Esa es la gasolina del espíritu español. Declaró que casi no conocía a Correa; que Bárcenas iba por libre; no supervisó nada de las obras que se hacían en la sede del partido; el 'hacemos lo que podemos, Luis' era una frase sin contenido, etcétera, etcétera, etcétera.

España, luz de Trento; España, único país del planeta donde se puede ser presidente con el tesorero en la cárcel y con 48 millones en Suiza; España, cuna del cinismo.

Somos el país de la verdad durmiente. Rajoy salió vivo de su declaración en la Audiencia Nacional. No hay duda. Gran cínico, gran superviviente, gran español. Los molinos dan la harina; los gigantes, gloria. Esa es la esencia del cinismo.