Pedro Sánchez. | Efe

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Dentro de apenas dos semanas el PSOE acabará de deshojar la margarita: apoyar o no la investidura de Rajoy. Todo indica que buscarán la fórmula para hacerlo. Sánchez ha sido decapitado y no están en condiciones de presentarse a unas terceras elecciones generales en diciembre. No tienen ni candidato. Si a Rajoy le place, habrá abstención socialista, probablemente parcial, pero inapelable.

Para muchos militantes socialistas (entre ellos el grueso de los mallorquines) tal actitud suena a humillación, a harakiri. Pero eso no es nuevo en la política española. El mes que viene se cumple el cuarenta aniversario del harakiri de las Cortes franquistas (¡siempre los malditos cuarenta años, como porción de tiempo inapelable!). Es muy probable que este aniversario pase esta vez de puntillas porque tal y como está el PSOE en la actualidad, tras haber sufrido un golpe interno de decapitación de su secretario general para poner el partido de rodillas ante Rajoy, nadie estará de humor para recordar aquel noviembre de 1976. Pero la política es terca. Pasan los regímenes, pasan las coyunturas, pero las actitudes del trágala-trágala se repiten de cuarenta en cuarenta años, desde hoy al siglo XVIII.
En noviembre de 1976 el presidente era Adolfo Suárez. Hasta cuatro meses antes había sido el Secretario General del Movimiento. Con el apoyo del Rey Juan Carlos presentó a las Cortes franquistas, que se mantenían incólumes desde el final de la guerra civil, el Proyecto de Reforma Política que, en síntesis, significaba que en un período de meses se convocarían elecciones generales. Aquello significaba el final político de muchos de los que se sentaban en aquellos escaños. Suárez le echó coraje y consiguió que su proyecto se aprobase por 435 votos a favor de los 531 procuradores y consejeros. Curiosamente, uno de los pocos que votaron en contra era mallorquín, el general Fulgencio Coll de San Simón, que se mostró gallardo y altanero hasta el último segundo.
Adolfo Suárez tenía in mente fundar su propio partido, cosa que hizo poco después. Creó la famosa UCD. Pero aquel 18 de noviembre de 1976 el gran beneficiario de la reforma se llamaba Alianza Popular, una amalgama de asociaciones creadas al amparo de la reforma de Arias Navarro de febrero de 1974. Sus líderes se proclamaban Los Siete Magníficos, en honor de una película de pistoleros de Hollywood muy famosa en aquellos tiempos. Eran antiguos ministros de Franco: Manuel Franga, Laureano López Rodó, Licinio de la Fuente, Fernando González de la Mora, Cruz Martínez Esteruelas.... La crema de los Ministerios del tardo franquismo que se habían subido al carro de la democracia. Años después Fraga cambiarán de nombre y se pusieron PP.
Para forzar el harakiri de las Cortes franquistas Suárez pronunció frases antológicas. Calificó de viejos a los procuradores: «la democracia es obra de todos los ciudadanos y no una imposición o concesión»; «España es una nación de jóvenes, dos tercios no tienen más de 40 años»; «el país está vivo y es joven»; «el futuro no está escrito porque sólo el pueblo puede escribirlo».
Conviene recordar estas palabras de Suárez cuatro décadas después, porque aquel proceso fue una victoria de los jóvenes sobre los vetustos. De Suárez sobre Fraga, de Felipe sobre Carrillo y, sobre todo, de jubilación sin miramientos de toda la carcundia franquista irrecuperable, muchos de los cuales habían hecho la guerra civil en el bando vencedor.
Ahora el harakiri ronda las entrañas del PSOE. Muchos de sus militantes no comprenden qué le está pasando a su partido. Si ponen el retrovisor y miran cuarenta años atrás, sin dejar de observar el presente, lo comprenderán. Los que han echado a Pedro Sánchez han puesto de presidente de la gestora al veterano Javier Fernández, que tiene 68 años. Y los instigadores del golpe contra Sánchez están comandados por Felipe González, que tiene 74 tacos y Rubalcaba, que pasea 65. Más o menos los que tenían muchos de los veteranos procuradores franquistas de 1976 cuando se suicidaron simbólicamente a la japonesa.
La clave de la transición es aquella frase de Suárez: «Nación de jóvenes, dos tercios tiene menos de 40 años». Ahora la pirámide de población se ha invertido. Pero el paro juvenil es inmenso e hiriente. Y partidos jóvenes han nacido a la izquierda y a la derecha. Por contra, el pacto PP-PSOE que ahora se está gestando (o intentando gestar) lo impulsan sesentones y setentones.
¿Qué habría pasado si aquellas Cortes franquistas sesentonas y setentonas se hubieran negado a aprobar la Ley de Reforma Política y hubieran organizado un golpe de mano político para cargarse a Adolfo Suárez? Todos de cabeza al desastre.
Y ahora, dentro del PSOE son los viejos quienes fuerzan al harakiri a los jóvenes socialistas y les entregan a la sumisión al PP.
Cuando el pasado se impone sobre el presente, se acaba por segar el futuro.