Francina Armengol. | Teresa Ayuga

TW
7

Hacer piña ante la sangría fiscal que padece el Archipiélago es el gran sueño balear desde que principió la autonomía. La evidencia de que el Estado central se lleva a los aledaños de la Cibeles miles de millones de euros al año que jamás devuelve, encendió corazones hace más de un cuarto de siglo y va ahora tomando cuerpo, poco a poco. La sociedad civil balear, con sus empresarios, profesionales, autónomos y trabajadores más conscientes en cabeza, está logrando salir de la crisis de forma brillante y creativa. Pero ante sus ojos tiene unas instituciones de autogobierno endeudadas y sin capacidad de maniobra mientras la financiación que ofrece Moncloa es hiriente, discriminatoria y del todo insuficiente. El dinero balear se va para evaporarse en las riberas del Manzanares y del Guadalquivir. Los políticos isleños lo saben a la perfección pero, peleados entre ellos, metidos en trifulcas internas y en zancadillas con el vecino, lo hacen con la boca pequeña. El Consolat ya ha dado pasos para construir el frente común, pero todavía falta mucha firmeza, capacidad de liderazgo y, sobre todo, superar prejuicios ideológicos.

En estos momentos, el poder central madrileño está bloqueado. El balear, no. Pero en Madrid hay un dineral público y aquí no se cuenta ni con una perra gorda. «Esa es la diferencia que importa». Hay críticas y autocríticas entre los políticos isleños porque el pasado agosto el centro de Palma quedó literalmente saturado de turistas. Hubo sensación de ahogo. Pero, en paralelo, no hay ni dinero ni capacidad de entendimiento interinstitucional para impulsar la construcción del boulevard del Passeig Marítim, desde Can Barbarà al Portixol. Si este proyecto se desarrollase, la sensación de agobio quedaría diluida por un gran paseo capaz de albergar a miles de personas. Pero para lograrlo hay que poner de acuerdo a todas las instituciones: Cort, Autoritat Portuària, Govern y Consell. Y eso es propio de un milagro de Fátima, no de un proceso político lógico.

Respecto a la saturación turística, basta ver también la impotencia de la Conselleria de Turisme para regular legalmente el alquiler vacacional. La situación de la Conselleria es patética. Tiene sólo doce inspectores. Y lo que es peor: cuenta con ¡un único! instructor de expedientes sancionadores. Si este hombre se constipa, el Govern pierde toda la capacidad sanconadora ligada al turismo. Además, basta ver el edificio donde se enclava la Conselleria para entender que no existe visualización pública del poder del autogovern. Se halla ubicada en un caserón del estrecho carrer Montenegro, esquina con el callejón de Sa mà des moro. Más parece el domicilio privado de Jack el Destripador que la sede de un organismo que vela por el funcionamiento del 80 por ciento del Producto Interior Bruto balear.

Mientras, el antiguo, luminoso e imponente edificio de Gesa se cae solo y a cachos en plena fachada marítima. Es titularidad de Cort. Pero el alcalde Hila no tiene los 15 millones que necesita para rehabilitarlo ni tampoco la más mínima intención de cederlo al Govern o al Consell para que se convierta en un bloque icónico del poder del autogobierno. Si allí se ubicase la Conseleria de Turisme, bien dotada y equipada, nadie dudaría de su fuerza y capacidad de impulsar el presente y el futuro isleño. En Montenegro parece (sólo parece) un cuchitril apartado de la realidad.

Todos los males se resumen en uno: no hay dinero, sólo deudas. La pasta vía impuestos se va a Madrid. Y sin dinero las contradicciones y peleas afloran entre los jefes de tribu, como en una colonia.

Solamente un frente común, potente, interclasista y supraideológico. Es decir: solidario, integrador y fuerte, puede sanar los males de una sociedad pequeña y acomplejada. Gabriel Cañellas ya lo intentó desde su conservadurismo intuitivo a principios de los años noventa auspiciando una Plataforma Cívica per l' Autogovern a la que se sumaron muchos representantes de la sociedad civil e incluso el obispo Teodor Úbeda. Pero Cañellas se equivocó. Creía que luchaba contra Felipe González en demanda de un régimen económico y fiscal propio cuando, finalmente, fue Aznar quien le pegó la patada al son de la famosa frase: «Gabriel, no consentiré que seas una piedra en mi camino. Te ceso por el bien de España».

Ahora hay una nueva oportunidad de articular una piña fuerte y decidida. Está en manos de Francina Armengol el conseguirlo. Hasta los regionalistas del PP dicen pestes en privado del desprecio que tuvieron que soportar en la pasada legislatura por parte de Montoro. No se meterán en líos, pero tampoco pondrán zancadillas serias. Cuando iban a pedirle recursos, el Drácula de los Nuevos Ministerios les decía: «En Baleares se vive muy bien». Les humillaba, más que a nadie porque se trata de un compañero de partido.

Se acerca la hora de hacer piña, y de ir preparando una gran manifestación de sociedad civil cohesionada y consciente de sus derechos, siga o no siga el bloqueo en los madriles. Mientras comunidades como Balears sigan pagando, hasta el bloqueo les sabe a gloria a algunos.