El presidente del Gobierno en funciones y del PP, Mariano Rajoy, el líder del PSOE, Pedro Sánchez, el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, y el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, en el plató momentos antes de iniciar el único debate a cuatro de la campaña electoral. | Mariscal

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Este final de campaña electoral viene determinado por el concepto «pinza», tan antiguo como la recuperación de la democracia en España tras la muerte de Franco. Hace cuarenta años fue el buen entendimiento entre Adolfo Suárez, que impulsaba la UCD, y Santiago Carrillo, que lideraba el partido comunista. Ahora se habla mucho de la «sorprendente» conversión de la formación de Pablo Iglesias a la socialdemocracia, pero eso es exactamente lo que hizo Carrillo en los setenta, transformando a su PCE, en la práctica, en un partido socialista moderado.

Carrillo renunció a la dictadura del proletariado, distintivo de los partidos comunistas, abrazó la democracia parlamentaria y asumió la bandera monárquica y a la figura del Rey. El objetivo era hacerle el sorpasso al PSOE, palabra muy de moda entonces e importada de Italia, ya que en 1976 el PCI de Enrico Berlinguer estuvo a punto de sobrepasar a la Democracia Cristiana en las elecciones generales y se hizo con el control de las principales alcaldías, incluida Roma. Los comunistas italianos propugnaban por entonces el compromiso histórico con los democristianos, basándose en las ideas del filósofo marxista sardo Antonio Gramsci, otra vez leidísimo hoy día por los dirigentes de Podemos.

Lo cierto es que Carrillo fracasó estrepitosamente en su intento de superar al PSOE de Alfonso Guerra y Felipe González. Y eso que durante el franquismo habían sido los comunistas los que llevaron el peso de la resistencia y de las cárceles mientras que los socialistas prácticamente no existieron en el interior del país durante 40 años. Pero en el segundo lustro de los años setenta las circunstancias habían cambiado radicalmente. El PSOE, tras el congreso de Suresnes de 1974, estaba dirigido por jóvenes treintañeros, una generación joven y muy dinámica que conectaba con las nuevas hornadas de españoles. Mientras, al frente del PCE había heroicos sesentones, procedentes de las antiguas Juventudes Socialistas Unificadas, que soportaron con valor el peso de la guerra civil en el bando republicano y que, hartos de luchar, buscaban paz para ellos y para las nuevas generaciones, para sus hijos y ... pensando en sus nietos (los actuales podemitas).

La realidad es que Felipe González desbordó al PCE por la izquierda, con su verbo fluido y vibrante. La moderación pecera cavó su tumba. Nadie era más de izquierdas que el PSOE a la hora de hacer proclamas. Los encendidos discursos de Felipe en aquella época dejarían al actual Pablo Iglesias en poco menos que un monje benedictino. Baste un ejemplo. En tiempos de ETA en plena actividad, he ahí un mensaje del PSOE: «El paro es el terrorismo de UCD».

Ahora la situación se ha invertido. Aquel fuego es ceniza en 2016. El actual PSOE tiene mucho pasado y no siempre agradable, como le ocurría a aquel PCE de Carrillo. En la mochila socialista pesa mucho, sobre todo, la reforma laboral de Zapatero del 2010, impuesta por Angela Merkel, con la ampliación de la edad laboral hasta los 67 años. Además, pese a la juventud de Pedro Sánchez, los mensajes del actual PSOE se dirigen a un electorado mayor de 50 años. Por contra, la juventud mira a Podemos. Pablo Iglesias sabe que ahora puede triunfar donde fracasó Carrillo. Puede calar su viaje a la socialdemocracia porque tiene tras de sí a los menores de 45 años.

Como decía Antonio Gramsci «no es aconsejable aplicar al presente recetas provenientes de problemas remotos. Cada nueva época requiere otra táctica y otra nueva manera de ver las cosas. Y lo que en un tiempo no funcionó, en otra se convierte en excelente instrumento. Y al revés». Ahora Podemos está en condiciones de articular pinzas. Aquella de Suárez-Carrillo no salió bien (ambos partidos se hundieron). La actual, más sutil y efectiva, se centra en que Rajoy ha permitido crecer a Iglesias para debilitar a los socialistas. Los objetivos no son los mismos. Carrillo quería un PCE próximo al poder. Iglesias busca ser el jefe de la oposición (como González entre 1977 y 1982) empujando al actual PSOE a un gobierno de coalición con el PP y quitarle las bases poco a poco. Nuevos tiempos, nuevas personas, nuevas tácticas.

Pero las pinzas jamás funcionan por sí mismas. Para que sean posibles, tiene que haberse esparcido antes la semilla de la decepción. Y el PSOE decepcionó a buena parte de su electorado en la etapa Zapatero. Por eso Iglesias ha crecido como la espuma. Las condiciones objetivas para que eso ocurriese estaban plantadas. Sólo hacía falta regar un poquito con un par de cadenas televisivas sensibles al fenómeno podemita y que a la postre benefician objetivamente tanto a Rajoy como a Iglesias. Uno quiere seguir de presidente y el otro aspira a ser jefe de la oposición. Y todo cuadra.