El expresidente de la Generalitat, Artur Mas, impone la medalla representativa del cargo al nuevo presidente de la Generalitat de Catalunya, el independentista Carles Puigdemont, que ha tomado posesión. | ANDREU DALMAU

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Puigdemont la ha armado en el acto de prometer su cargo. La fórmula empleada apela a la «voluntad del pueblo de Catalunya» y omite al Rey y a la Constitución. En Madrid el PP, que se tambaleaba en el poder antes del acuerdo catalán para nombrar un nuevo president, trinan de indignación. Lo mismo le ocurre a todo el aparato mediático que le da apoyo. Un Rajoy que estaba a punto de perder el poder ha vuelto a sacar la cabeza y clama por un Gobierno de concentración con el PSOE y Ciudadanos con él al mando. Hace sólo una semana eso era imposible. Ahora ya entra dentro de lo factible.

Lo seguro es que la Generalitat ya tiene un pie al otro lado de la línea roja. Su hoja de ruta hasta la «proclamación de la república catalana» dentro de año y medio pasa por la creación de un banco central y una hacienda propia, nada menos. Y no es que nadie ceda. Es que nadie tiene voluntad de hablar con el contrario. Todavía no se sabe quién será el próximo presidente de España. Pero es que ni Rajoy, ni Sánchez, ni nadie de Madrid ha expresado la más mínima intención de sentarse a negociar con Puigdemont. No hay nadie en mitad de la línea roja dispuesto, al menos, a establecer un diálogo.

Los desprecios se suceden. Felipe VI no recibió a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, que el lunes le tenía que informar de la designación de un nuevo president.Fue la que gritó: «¡Visca la república catalana!». Por su parte, Puigdemont ha mostrado desprecio hacia Rajoy porque «está en funciones». Y encima, el ministro del Interior Jorge Fernández Díaz, ha apelado a la Guardia Civil como garante del orden constitucional. Lo que faltaba para completar el duro.

Desde Mallorca, como desde todas partes, se comienza a ver que el choque de trenes podría convertirse en imparable. Parece como si interesase tanto a Rajoy (que puede salvar el poder) como a Puigdemont (que ve a un Madrid más débil que nunca). Mientras desde los poderes mediáticos capitalinos se escuchan expresiones cada vez más duras contra la Generalitat e,incluso, contra los catalanes en general. ¿Quién será capaz de parar eso para, al menos, poder enfocar el problema con moderación?

Mientras, los intentos de Pedro Sánchez de formar un Gobierno que excluya al PP son cada vez menos consistentes. Las presiones que sufre desde dentro y desde fuera de su partido le empujan a formar parte de un Gobierno constitucionalista de concentración. En este contexto, la situación no puede ser más difícil. ¿Hasta donde se tensará la cuerda? ¿Irá la Generalitat hasta el final con su 'full de ruta'?

Son preguntas inciertas en una hora muy difícil donde nadie quiere tender la mano. La línea roja ya parece hierro candente, demasiado candente.