La Infanta, en una de sus estancias veraniegas en la Isla. | TOMAS MONSERRAT

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Discreta, con una gran inquietud profesional y deportista. Quienes la conocen, dicen que la infanta Cristina, la hija menor de los Reyes, tiene un carácter fuerte, independiente y siempre ha luchado por ser alguien al margen de sus orígenes. Nacida el 13 de junio de 1965 en Madrid, es la primera mujer de la Casa Real española que ha obtenido una licenciatura; en su caso, de Ciencias Políticas, en 1989.

Estudió en el Colegio Nuestra Señora del Camino de Madrid, en el Helenic College de Londres, realizó un máster de Relaciones Internacionales en la New York University y trabajó en París en la sede central de la Unesco. En 1993, se afincó en Barcelona y comenzó a trabajar en la Fundación La Caixa, un trabajo que combinó hasta hace poco con viajes oficiales en el extranjero. Tiene una buena formación académica, a la que hay que sumar unas aficiones que ha cultivado tanto en Mallorca como en Barcelona. La Infanta heredó del Rey su pasión por los deportes náuticos. De hecho, son numerosas las imágenes de doña Cristina en aguas de la bahía de Palma en la Copa del Rey, el Trofeo Princesa Sofía y la Breitling, navegando con el equipo Azur de Puig.

Largas vacaciones

En los años 70, la Familia Real comenzó a veranear en Marivent, donde años después se levantaron tres casas separadas en Son Vent para albergar las familias del Príncipe y de las infantas. Imágenes idílicas de aquellos años muestran unas largas vacaciones en Mallorca en torno a los jardines del palacio o el club de vela Calanova. Ya en su juventud, disfrutó de unos animados veranos mallorquines junto a su hermano y amigos comunes, como Kyril de Bulgaria, Rosario Nadal o Alexia de Grecia. No faltaron las noches de fiesta en Puerto Portals, el Passeig Marítim, el Jonquet o el Club de Mar, las tardes de compras familiares o rumores de algún escarceo amoroso con un amigo del Príncipe.

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Tras fracasar una relación amorosa con Álvaro Bultó, en 1996 conoció en los Juegos Olímpicos de Atlanta a Iñaki Urdangarin, con quien se casó el 4 de octubre de 1997 y con quien tiene cuatro hijos.

Coincidiendo con su boda, el Rey concedió a la Infanta el título nobiliario de duquesa de Palma de Mallorca con carácter vitalicio, título que en un principio iba a ser el de duquesa de Mallorca y que finalmente tuvo que ser retirado por improcedente, ya que convertía el reino de Mallorca en ducado y se rebajaba la categoría de las instituciones reales insulares. El 20 de mayo de 1998 recibió junto a Urdangarin la Medalla d’Or de la Comunitat Autònoma de les Illes Balears y ese mismo año Palma estrenaba el nombre de la Rambla dels Ducs de Palma de Mallorca con una placa, retirada ahora hace un año.

El principio del fin

A partir de 2009, cuando el matrimonio se traslada a vivir Washington, comenzó el principio del fin de una estrecha relación con Mallorca, marcada por ausencias veraniegas y tensiones familiares. Mañana regresa a Mallorca con los ojos de medio mundo puestos en su figura. Ni es verano, ni está de vacaciones, ni protagoniza ningún acto oficial. Lo hará como imputada. Vendrá y se irá. Esta será, sin duda, su visita más amarga a la Isla.