Las escaleras de la Seu acogieron, por vigésimo octavo año, la representación. | Teresa Ayuga

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Las nubes dieron ayer algún que otro sobresalto en la Catedral, pero se quedó en tan sólo eso, un susto. El sol brillaba con fuerza bajo las escaleras de la Seu, escenario de una de las citas más esperadas por el público en Semana Santa, la tradicional representación del Via Crucis de Llorenç Moyà, a cargo de la agrupación teatral Taula Rodona. El montaje alcanza ya su vigésimo octava edición, y lo hizo con sus ingredientes fundamentales: pasión, amor, rabia y devoción. Las mismas sensaciones desprendían los allí presentes, la mayoría de ellos impactados con el crudo realismo de sus escenas.

La condena a muerte a Jesús marcó el arranque de este espectáculo, que presentó algunas novedades, como la inclusión de nuevas dones o el cambio de papel de la joven Aina Díaz, que pasó de interpretar a una de las mujeres tras varios años dando vida a una niña. «Ai, marbre cast, intacte del pretori, tebi com l’alba i com el lliri, blanc, l’odi t’obre la gràcia del flanc per tal que en grana el teu roser s’esflori». Con la lectura de este primer verso de la obra de Moyà ya se escuchaban los primeros sollozos de la Mare de Déu, su sufrida compañera Verónica y el resto de mujeres. El peso de la cruz, tanto el físico como el espiritual, hizo que el camino de Jesús a su final tuviera algún que otro traspiés; hasta tres caídas sufrió el hijo de Cristo en un destino que nadie podía frenar. A pesar de ello, ni su madre, ni su leal amigo, Cirineu, ni Verònica le dejaron sólo en ningún momento, únicamente cuando los fieros y crueles soldados, sin corazón, se lo impedían a toda costa.

Pero tras la muerte de Cristo, la pasión, llegó la resurrección. En ese momento, arrancaron los fuertes aplausos, y también alguna que otra lágrima, de todos los allí presentes.