Iñaki Urdangarin, el pasado sábado en Palma. | M. À. Cañellas

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«¿La empresa (Teléfonica) que le contrata le paga la casa en Washington?». La pregunta del fiscal anticorrupción Pedro Horrach fue directa, y no lo fue menos la respuesta de Iñaki Urdangarin: «Sí, como a cualquier expatriado».

El marido de la infanta Cristina empleó ese término para definir su situación personal en 2006, cuando su suegro, el rey Juan Carlos, le aconsejó, a través del conde de Fontao, que rompiera sus vínculos con el Instituto Nóos. Ese año, el exjugador de balonmano fue nombrado consejero de Telefónica Internacional y trasladó su residencia a Washington.

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Ese giro de 180 grados en su vida personal y profesional supuso para Urdangarin una ‘expatriación’ «persona que reside en forma temporal o permanente en un país y cultura distinta de la del país donde se educó, creció o posee residencia legal», según la difición del diccionario.

Urdangarin, asimismo, relató al juez que su situación económica estaba muy deteriorada al no contar con un empleo. Su abogado, Mario Pascual Vives, dijo ayer en Barcelona que es «complicado» que su cliente pueda pagar la hipoteca (de su chalét de Pedralbes), pero espera que finalmente lo pueda hacer.

Sobre si los duques de Palma podrían encontrarse en el futuro en situación de desahucio por no pagar la hipoteca, además de embargo por no abonar la fianza, Pascual Vives exclamó: «Esperemos que no, no llamemos al mal tiempo».