Más de 300 personas sin recursos almorzaron ayer en la iglesia de los Caputxins, reconvertida para la ocasión en un gran comedor. | M. À. Cañellas

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Más de trescientas personas, en algunos casos familias enteras, almorzaron ayer en la iglesia de los Caputxins, de Palma. Y lo hicieron gracias a la solidaridad, ese aura invisible que aparece cuando más se necesita, materializándose, como en este caso, en el hecho de compartir comida. La solidaridad necesita también solidarios o grupos de personas que sacrificaron estar con la familia para condimentar y servir al que no tiene qué comer. Y estas personas fueron más de veinte. Unos transformaron el templo en comedor cambiando los bancos por mesas. Se instalaron hasta 24 mesas para diez comensales cada una. La comida que se preparó fue sopa de Navidad y escaldums y, de postre, frutas, turrón, barquillos y refrescos. Otros voluntarios se encargaron de servir los comensales y otro grupo controló la puerta para que no hubiera nada que alterara el orden. Los que llegaron en primer lugar almorzaron los primeros, y luego, los demás. No hubo un segundo turno, pues al acabar se iban dejando sitio al que esperaba.

Nos llamó la atención ver -y también saber por ellos mismos- que era la primera Navidad que comían allí, ya que conocieron mejores Navidades. Pero la crisis, el paro y la falta de recursos, los llevaron a esos bancos para compartir la comida con otros en su misma o peor condición. En la iglesia se reunieron hasta familias enteras con niños, la mayoría de ellas inmigrantes, algunas con la intención de regresar a su país a poco que puedan, «pues aunque están mal allí las cosas, aquí, en cuanto a trabajo, están peor».

Había también extranjeros, alemanes sobre todo, que vinieron a trabajar a la Isla pero que se quedaron colgados. Igual que gente de la Península. También había mucha gente de aquí y algunos algo cohibidos por aquello de que era la primera vez.