Teresa Forcades, médico y monja benedictina. g Foto: G. MAS | G. Alonso

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La monja benedictina del monasterio de Sant Benet de Montserrat, Teresa Forcades (Barcelona, 1966), médico de formación y profesora universitaria en España y en EE UU, conocida entre otras posturas públicas por su denuncia argumentada sobre la actuación como poder fáctico de las empresas farmacéuticas internacionales, intervino ayer en la II Jornada de Cooperación Sanitaria en Balears, promovida por Apotecaris Solidaris.

—¿Su opinión de cómo se medica la sociedad parte de una crítica?

—Más bien de una llamada de atención sobre la tendencia al reduccionismo. A veces hay problemas susceptibles de medicación, y otras veces no. Pensemos que las depresiones de los adolescentes, lo que antes se llamaba «la edad del pavo», son miedos muy normales que pueden tratarse lejos de la farmacia.

—¿Abusa la población de los medicamentos?

—No se puede contestar en dos palabras a esa pregunta. Digamos que ante los problemas de salud conviene una moderación emocional. Y quienes tenemos una preparación al respecto venimos obligados a favorecer la decisión de nuestros conciudadanos mediante información ante todo seria y fidedigna.

—¿Cómo encaja usted, una religiosa cercana a la clausura, el papel de comunicadora social?

—Asumiendo que como monja el hábito significa lo externo y al tiempo diversifica todo lo que como persona yo pueda aportar desde mi interior Nunca me había planteado que tuviera una notable repercusión social. Si ha venido así, hay que tomarlo con entereza.

—¿Es posible que sea una llamada de la divinidad a la que se consagró?

—La llamada del Señor, a la que yo atendí a los 28 años cuando ya tenía formación intelectual y profesional, no creo que incluya cada uno de mis actos y convicciones sobre el mundo en el que vivo.

—¿Cómo combina su actuación pública con una vida monástica?

—La comunidad benedictina a la que pertenezco me enseña cada día que como ser humano soy frágil y que la mejor herencia a la que puedo aspirar cuando desaparezca es que la sociedad me recuerde como una persona honesta.