Mónica Pachacopa posa frente a la sucursal de Caja Madrid | M. À. Cañellas

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La historia de Mónica Pachacopa debe ser la misma que la de centenares o miles de pequeños clientes de Bankia que un día, invitados por alguna de las entidades del grupo que dirigía Rodrigo Rato, convirtieron sus ahorros en acciones. Firmaron papeles, como Mónica, que nunca leyeron, y menos entendieron, animados por la promesa de una mejora en la rentabilidad del dinero guardado con esfuerzo y tesón.


«Me estafaron, me siento engañada», acierta a decir Mónica cuando ha podido comprobar que los 8.000 euros que tenía en julio del año pasado se han convertido en apenas 3.600 euros en sólo diez meses. ¿Cómo? Muy sencillo. Un empleado de sus sucursal de Caja Madrid de Palma le llamó ofreciéndole transferir un fondo de inversión que le ofrecía un escueto 1,62% de rentabilidad a la Oferta Pública de Suscripción de Acciones que Bankia hizo en julio del año pasado. La única condición es que no podía recuperar la inversión en seis meses, el resto contratos interminables.

Acciones

«No me dijeron que eran acciones», recuerda con amargura Mónica Pachacopa, la cual a pesar de ser víctima de un engaño señala que «ahora en el banco me han pedido que no retire el dinero».
Los asesores de Mónica admiten que, al menos formalmente, la apariencia de la operación es legal. Cuestión distinta es la frontera ética que se ha rebasado al ofrecer un producto con un altísimo riesgo a un cliente que no está en condiciones de calibrarlo en su justa medida. Poner a la venta ahora las acciones de Bankia significa perder hasta el 70% de la inversión, los valores del banco que debía poner a salvo el que fue director gerente del Fondo Monetario Internacional y vicepresidente del Gobierno con Aznar, Rodrigo Rato, no han dejado de cotizar a la baja. En las últimas semanas su desplone es irrefenable. A Mónica sólo le queda esperar, que las bolsas recuperen el tono y entonces recuperar sus ahorros. Los bancos, el dinero, no tienen corazón.