El Aiguafoc, que duró una media hora, se inició con una batucada y concluyó con una impresionante tormenta de fuego y sonido . | M.A. Cañellas / J. Lladó

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El cielo de la bahía de Palma se llenó de miles de luces de diversos colores. Luces que se elevaban, a veces saliendo de la tierra, a veces del mar, que ascendían, y que al alcanzar el punto más alto, caían. O que una vez arriba estallaban creando nuevas luces que a su vez se expandían formando mil dibujos.

Fue un espectáculo que duró cerca de media hora. Un castillo de fuegos artificiales impresionante, que se inició con una batucada pirotécnica - lástima que no se escuchara desde todos lo sitios- y que terminó con cerca de cuatro minutos de apoteósis sonido-luz.

Sí, fue el mejor cierre para unas fiestas de Sant Sebastià .

Organizó el evento el Ajuntament, que en esta ocasión se trajo de Belgida (Valencia) a Europlá Focs d'Artifici, una empresa que en cuestión de fuegos artificiales ha asombrado a medio mundo, y que no hace mucho logró hacer mover las luces al son que marcaba la Sinfónica de Berlín en la final del concurso Pyromusikale, que ganó, y que anoche puso la guinda a las fiestas con un castillo construido a base de 2.500 kilos de material pirotécnico, cuya carga, de 57.000 unidades, distribuyó en 63 secciones, debidamente programadas por ordenador - siete, en concreto- que dejaron boquiabiertos a la mayoría de gente que lo presenció desde lugares estratégicos de la bahía, ya que los programadores supieron repartir las cargas para que fueran vistas desde Bellver a Ciutat Jardí pasando por el Passeig Marítim, Es Molinar y Can Pere Antoni, por mencionar algunos puntos.

¿Que qué se vio en esa media hora? Es difícil describirlo, porque fue tanto, y a veces tan rápido, que nuestra vista no daba para abarcarlo todo. Pero hubo, así, a grosso modo, una batucada inicial a base de truenos, seguida de varios arco iris que, uno tras otro, fueron desplegando sus colores sobre el cielo, para seguir con más truenos y más luces, lo que dio la sensación de estar bajo una gran tormenta.

Se pudo apreciar también como una especie de dalias y lentejuelas, tras un recorrido iluminado el cielo, caían en el mar.
Tampoco dejó indiferente a nadie el recorrido en si de los fuegos artificiales, unos en dirección a Bellver, otros hacia el Parc de la Mar, porque así lo había programado los ordenadores, y porque así nadie, estuviera donde estuviera, dejaría de verlo.
En cuanto al final, que como hemos dicho duró alrededor de cuatro minutos, fue indescriptible por lo mucho que se vio, por cómo se puso el cielo, por cómo, cuando pensábamos que se había terminado todo, continuaba, y porque, cuando no lo esperábamos, se fue diluyendo todo en lo que en el argot se denomina un final monocromo de copo blanco, acompañados de arcos iris y de una apocalíptica sinfonía de truenos.